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Por una educación legal incluyente


“Para educar no hay que llenar un balde sino encender una llama.”

William Arthur

Llega el profesor al salón y no hace falta que diga todo lo que ha hecho en su carrera profesional ni tampoco en qué trabaja. De por sí la gente ya lo sabe, ya que este es, entre otros criterios, uno de los más importantes a la hora de inscribir clase con un profesor. No obstante, este hombre acostumbra a deslum­brar a sus alumnos con sus trajes, las llaves de su carro, incluso sus conquistas. Luego de empezar la clase, no hace falta que exija respe­to de sus estudiantes, se lo gana por el solo hecho de ser “un doctor”.


Ahora bien, pareciera que ese respeto estuviese más relacionado con una idolatría hacia ese profesor que tiene todo el saber, mientras que como estudiantes nos encontramos completamente vacíos y debemos a él los conocimientos que de allí en adelante obtengamos. Sin embar­go, esta “dificultad” no se presenta hace unos pocos años, es la respu­esta de un modelo de enseñanza de la abogacía que se ha perpetuado a través del tiempo y en el cual ellos también estuvieron. Este modelo de educación en las facultades de derecho, se caracteriza por ubicar al profesor en un pedestal del cual no se ponen en duda sus enseñanzas, un modelo que imposibilita un es­pacio de construcción del saber por prevalecer la simple trasmisión de conocimientos.


Nosotros los estudiantes hemos interiorizado este modelo en mu­chas de nuestras actitudes que ter­minan volviéndose “naturales”; la forma en como estudiamos para los parciales memorizándonos defini­ciones al pie de la letra – tal como las dicta el profesor-; la forma en como vemos y pensamos el mun­do; la manera en que preguntamos en clase y en la que nos vemos proyectados en ellos.


Es por esta razón, que este artí­culo busca mostrar cómo un mod­elo de enseñanza no contribuye a la construcción del interés colectivo y, como a su vez, es un reflejo de la sociedad que en sí misma deseamos cambiar. A demás de que excluye otros instrumentos para la con­strucción de conocimiento que per­mitirían hacer del espacio universi­tario, y en concreto del derecho, una carrera que vincule a la sociedad en todas las esferas y que permita tener la libertad de debatir, de demostrar que una clase no es exactamente igual a la que se dio el semestre anterior sino que por el contrario los aportes tanto del estudiante como el profesor permiten dinamizar y ren­ovar las clases al punto de que sea imposible hablar de que las clases son exactamente iguales. Puede que el profesor tenga mucho por lo cual ser admirado, pero finalmente es un profesor que debe estar a la mano del estudiante, mas no ser una imagen y proyecto inalcanzable. Ese caráct­er de profesor no se atribuye por sí mismo por el solo hecho de llamarse como tal, ese carácter se atribuye gra­cias a la construcción e intervención. que como estudiantes hagan sobre él. Es por esto que si estamos en un modelo educativo que mantiene al es­tudiante de forma pasiva, difícilmente las clases responderán a un interés pú­blico, más bien se irán aislando cada vez más de la realidad que desborda nuestro país.


La importancia del cuestion­amiento sobre el método de ense­ñanza para la educación legal nos pone en el corazón del derecho, y es cómo apelar a que las necesidades de la sociedad no solo sean solu­cionadas, sino también discutidas y construidas en las aulas de clase donde se forja un estudiante no solo con respecto al profesor, sino con respecto a sí mismo. Ahora bien, no por ello debemos partir del hecho de que exista una homogeneidad de los criterios y que no haya liber­tad alguna de pensarse la sociedad, es precisamente esa diversidad de conocimientos la que permite nutrir el proceso de aprendizaje que debe­mos tener como abogados, el hecho que aprendamos a jugar con los ar­gumentos y a salirnos un poco de la burbuja en la que creemos que todo gira alrededor nuestro.


Pensémonos diferente los luga­res que hemos asumido que deben permanecer iguales para siempre. Más bien construyamos entre todos, en las clases, en los debates, en las charlas, el amor por el conocimien­to que implica también cuestionarlo y no simplemente limitarnos a imi­tarlo.


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