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Nuestro proyecto de futuro

Costa de Marfil es un país africano, que como nosotros, ha sido azotado por una descomunal violencia carente de todo sentido. Esta nación ha vivido recientemente dos guerras que dejaron a su población en peores condiciones que en las que estaba antes de su desenlace: el conflicto de 1997, y la guerra electoral del 2011. Tanto en la una como en la otra, tal y como sucede en todo conflicto, se cobró la vida de centenares de personas que poco o nada tenían que ver con las razones que conllevaron a la confrontación armada.


Este país hermano ha sido hogar recientemente de una cantidad significativa de líderes sociales que luchan cada día por la superación de las condiciones estructurales de pobreza que allí perviven. Entre estos personajes se encuentra Xec Marques, un español al que recientemente descubrí en una de sus entrevistas a la Agenzia Info Salesiana. Allí, el euroafricano dijo algo supremamente sabio, y a la vez obvio: “la paz no puede ser solo la ausencia de violencia, debe poder ser un proyecto de futuro”.


Al otro lado del océano, en Colombia, nuestros líderes sociales llevan años suplicando a gritos lo mismo: el fin de nuestro conflicto no llegará con el silencio de los fusiles, sino con la solución a esas causas de antaño que permitieron y motivaron al alzamiento en armas. Lo que dejará de matar a tanto inocente no será solamente el desarme de los combatientes, sino el desmonte de las condiciones de pobreza que rodean a alrededor de 13 millones de nacionales.


Para lograr esta paz debemos empezar en reconocer el avance tan monstruoso que hace pocos años conquistamos: desarmar a la guerrilla más antigua del país, y uno de los actores más sanguinarios que han hecho presencia en nuestro conflicto. Este es un logro que debemos mantener, impidiendo el trámite de reformas a la justicia transicional que pongan en riesgo la seguridad jurídica de los casi 10 mil ex guerrilleros que se han sometido a su jurisdicción. El aceptar esto, y el cuidarlo, no solo va a honrar la memoria de todos aquellos que cayeron en esta guerra inútil, sino que evitará que decenas de miles de potenciales víctimas nunca se conviertan en el mero recuerdo de alguien más. Como segundo punto, debemos reconocer que nuestro conflicto, más allá de ser armado, es social.


Esto quiere decir que la terminación de la confrontación armada es tan solo el primer paso, necesario, para que podamos enfocarnos de lleno a la solución de las problemáticas sociales que de antaño han perturbado a nuestra ciudadanía. Evidentemente, nuestra confrontación no ha finalizado. Tenemos que ocuparnos de ello. Debemos, de forma urgente, presionar para que el Gobierno Nacional y los insurgentes del ELN vuelvan a la mesa de negociación. Esta vez con verdadera voluntad por parte de ambos. Pero más allá de esto, nuestra responsabilidad como colombianos, y particularmente, como jóvenes estudiantes de una de las universidades más prestigiosas del país, está en asumir estas problemáticas como propias.


Las causas que deben mover nuestro accionar deben trascender del mero enriquecimiento y prestigio personal. Este país lleva esperando por décadas que las personas que tienen el poder de tomar decisiones, se vuelvan conscientes de la capacidad que tienen en la transformación social. Debemos dejar de lado ese imaginario de que el proyecto de nación del que algunos nos hablan está condenado al fracaso. Colombia es posible. Metámonos eso en la cabeza.


Colombia es y será posible si, y solo si adoptamos la bandera de la paz. Pero la paz, como diría Xec, no solo como la mera terminación de la violencia y la confrontación armada, sino como un proyecto de futuro. Un proyecto de futuro enfocado a que las futuras generaciones conozcan la verdad de lo que a nosotros y a nuestros pasados ha ocurrido, y que a su vez esté encaminado en la consolidación de soluciones que realmente sean estructurales a nuestros problemas también estructurales.


La falta de acceso a educación de calidad para algunos sectores marginados del territorio nacional; la ausencia de presencia institucional en materia de justicia, salud y cobertura de servicios públicos domiciliarios en esa Colombia olvidada; la carencia de instrumentos de resolución de conflictos eficaces y efectivos para las problemáticas cotidianas de nuestros conciudadanos. Esos son los problemas que debemos asumir para que este país sea posible. Hagamos de la paz de nuestros hijos nuestro proyecto de futuro.


Löwith, K. (1974). De Hegel a Nietzsche: la quiebra revolucionaria del pensamiento en el siglo XIX. Buenos Aires: Suramericana.

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