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¿Qué culpa tienen los campesinos?


El siguiente texto va dedicado a quienes de verdad luchan día a día por nuestro país, no con fusiles ni con corbatas, sino con una pala y un sombrero de paja. Para ellos, que tienen el potencial de hacer de esta nación una nación prospera, pero que desde siempre han sido asesinados, matoneados y olvidados.


Desde el momento en que a la clase baja que nos gobierna - baja no por el nivel socioeconómico, sino moral- se le ocurrió decir que resulta más barato traer la comida de afuera y no producirla aquí adentro, accionó un éxodo del campesinado a las grandes urbes, quizás mayor que el provocado por nuestra guerra interna, con la salvedad de que muy pocos de quienes abandonaron el campo contaron con la suerte de conseguir un trabajo digno, pues la gran mayoría fue a fundar lo que hoy llamamos barrios marginados, a pedir limosna, sus mujeres a ejercer una de las profesiones más antiguas: la prostitución, y casi todos a aguantar hambre. Ya no vivían, sino sobrevivían y esto es lo que hoy llamamos desarrollo.


La consecuencia de comprar "más barato" el maíz, la avena y la cebada, en un país hecho por la divina providencia para la agricultura, no puede ser otra que el fracaso en la economía interna, porque el capital dejaría de ser circulante, sino únicamente hacia las arcas de las grandes transnacionales, y no quiero decir que lo correcto sea la prohibición de la empresa privada, pero sí que sea un mercado por lo menos competitivo y no en desventaja al campesinado.


Ahora nos dedicamos a traer todo de afuera, a matonear a los campesinos, obligándolos a que sea económicamente más sustentable y productivo el sembrar coca, en lugar de arroz, papa o cebolla, y que para sus hijos el único camino sea: morirse de hambre o “raspar” coca; mientras que quienes creen que “campesino” es un insulto, ahora se sientan a ver nuestras series de narcotraficantes personificando dioses del dinero, o ver series de blancos, monos, europeos y americanos, admirando su inteligencia para enseñar que los partos bajo el agua son menos dolorosos, ignorando que esa fue una tradición de los indígenas nativos de los Andes.

No recuerdo desde qué momento nos dedicamos a desconocer qué gran parte de quiénes están tras unas rejas, son campesinos o sus hijos, obligados a humillarse en la clandestinidad, en una sociedad que los aparta y que los ve como el rezago de la civilización.


Tristemente el país que hace algunos años sacaba pecho e izaba bandera orgullosamente por su café, hoy hasta la misma ley se ha encargado de, en nombre de la salubridad, hacer improductivo lo de por sí ya improductivo, quitándole al campesino la oportunidad de poder sembrar semillas de su misma cosecha[1] y como si fuese poco, la “excelente” política fiscal que pretendía darle la mano y “promover” el agro en Colombia, terminó con cientos de millones en manos de familias latifundistas y para nada necesitadas de presupuesto (Agro Ingreso Seguro).


En definitiva, nos hemos dedicado a crear nuestro mundo de fantasías occidentales, que hemos dejado morir, y no solo eso, sino hemos dejado asesinar nuestras raíces, nuestras costumbres, en nombre del progreso.

 

[1] Resolución 9-70 del ICA o también conocida como Ley Monsanto


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