Democracia en la iconosfera de la era digital
La reflexión sobre la tecnología digital y la propagación de información nos provee de un discurso polivalente; se hace imposible controlar la proliferación de la información, probar su veracidad y al mismo tiempo se instaura un nuevo concepto de verdad. Como bien lo dicen autores como Foucalt o Fontcuberta, cada sociedad y su política instituyen su propia realidad; se acoge un régimen de la verdad, el tipo de discurso que se hace circular controla lo que se entiende como verdadero y como falso, y asimismo se entrega un estatuto a quienes están a cargo de decidir dichas realidades. Encontrándonos ante la era de los medios masivos de información, el sistema de la comunicación política se ve envuelto en una transformación que termina sujetándose a la era digital, significando algunos cambios estructurales que se producen en la esfera de las relaciones e interacciones entre el ciudadano, la política y la información. Cabe entonces preguntarnos: ¿Se ve afectada la democracia representativa por estos cambios provocados por las nuevas tecnologías comunicativas? Si partimos de la base de que un factor distintivo de las sociedades democráticas es que los procesos políticos se deben dar en una esfera pública, el papel que juegan los medios de comunicación ya no se limita al de simples herramientas exosomáticas, sino que pasan a ser verdaderos actores dentro de los procesos políticos con sus propios intereses, desplazando la política a una esfera mediática. De esta manera, los medios de comunicación pueden jugar el papel de constructores de discursos que provienen de las organizaciones políticas, que en últimas configuran todo un escenario de posiciones.
“El impacto de la televisión ha modificado las relaciones políticas generando efectos en diversos aspectos: el ciudadano “opina” en función de cómo la televisión le induce a opinar; la televisión condiciona el proceso electoral, ya sea en la elección de los candidatos, el planteamiento de la competencia electoral, o en la forma de apoyar a algún candidato; la televisión influye en las decisiones del gobierno, además personaliza las elecciones porque propone personas en lugar de discursos y favorece la emotivización de la política, es decir la política se reduce a episodios emocionales.” (Villafranco, 2005). Siguiendo esta línea argumentativa, no solo la televisión influye en el marco de las relaciones políticas y de los sujetos que interfieren en ellas, también, en la era digital en la cual nos encontramos, todas las nuevas tecnologías de la información evidencian estas tensiones con la democracia, con la inmediatez que les caracteriza, la reducción y simplificación de la información termina por reforzar aquellos discursos sobre la construcción de la verdad que veníamos tratando con anterioridad; es un discurso que compete a la ética que señala moralmente aquello que considera como verdadero, y asimismo aquello que considera como falso.
Si cada sociedad acoge su propio régimen de la verdad, y los medios de comunicación terminan tomando el papel de actores en los procesos políticos, la esfera mediática a la cual se ha desplazado la democracia no debe significar que la práctica democrática se vacíe de contenido, sino que se debe hacer un llamado al juicio crítico, a no ser partes de la desinformación viral, a no convertirnos en protagonistas de discursos de odio, y más importante aún, a despertar del adormecimiento que produce la inmediatez. La era digital no debería significar una crisis en las dinámicas democráticas, incluso, debería ser un instrumento que alimente la fuerza de las instituciones y movimientos cívicos dentro del marco de las interacciones entre los sujetos del panorama político y social. “Por mucho que sea una sociedad del cansancio, (...) Se le exige al ser humano la capacidad mínima de pensamiento crítico, de romper los cerrojos de los cepos que los amarran, de rebelarse, de defender su condición de “ser humano””. (Lagomarsino, 2017)