top of page

Seamos caritativos

Devolvámonos en el tiempo. Hace más o menos una década, cuando las redes sociales eran aún jóvenes, los líderes de opinión de la época las exaltaron como el próximo gran escenario para la discusión intelectual. Fuera de la academia, accesibles y democráticos; Facebook y Twitter iban a revolucionar la manera en que debatimos como sociedad las ideas. La realidad demostró con el tiempo que estos espacios terminaron siendo el nuevo coliseo en lugar del nuevo Ágora. Es extraño encontrarse, por ejemplo, con un político que exprese su opinión en un Tweet sin inmediatamente verse confrontado con una serie de ataques que ignoran tan descaradamente las condiciones necesarias para un buen debate que harían llorar al más mediocre estudiante de filosofía. Personalmente, la que más observo ser descartada hacia un rincón en cualquier discusión de Internet es el uso del Principio de caridad.

Para los que no están familiarizados con el término, este es un principio metodológico nombrado así originalmente por Neil L. Wilson en 1958[1] que demanda dos cosas en una discusión: asumir las declaraciones del interlocutor como racionales y considerar su mejor interpretación posible (Wilson N, 1959). Es una manera de humanizar al otro, reconociéndolo como un agente racional con creencias que uno mismo podría compartir en diferentes circunstancias. Es el primer paso indispensable para tener una discusión racional. Las redes sociales, sin embargo, cuentan con una serie de características que no están presentes en ningún otro espacio de discusión intelectual que facilitan la indiferencia ante este principio.


La primera de estas es la separación física. En un salón de clases, rara vez se me permitirá tildar a un interlocutor de loco en una discusión, en gran parte por el escrutinio social por parte de mis compañeros que enfrentaría si hiciera tal cosa. Plataformas como Twitter, en cambio, remueven esta consecuencia de mi mal juicio al separarme físicamente de mi oponente en el espacio de la discusión. No hay un “moderador social” por así decirlo, del debate, lo que me permite atacar a la persona incluso antes de oír sus ideas.


El anonimato también se destaca como un elemento que dificulta la aplicación de este principio. Si es posible para algunas personas en la vida real tildar de irracional a alguien que posee una cara y un nombre, es mil veces más fácil hacerlo con un perfil de redes que sólo posea un avatar. El lector estará familiarizado con el siguiente escenario: el interlocutor A hace un comentario en una noticia de Facebook al que el interlocutor B responde con un argumento apropiadamente investigado y construido; entonces el interlocutor A le responde al B que es un (fascista, homosexual, mamerto) por tener una foto de perfil con (Logo del Centro Democrático, bandera LGTB, Logo del Polo) y que por eso no debería tomarse su opinión en cuenta. Sería el equivalente a no dejar charlar a Jean Paul Sartre, si hoy viviera, en una universidad por haberse tomado una foto con el Che Guevara.


¿En qué nos deja entonces todo esto? ¿Será que estas fallas fundamentales en la estructura de las redes descartan a Internet por completo como una arena de debate productivo? No necesariamente. Hay muchas otras redes (como la ignorada Reddit, por ejemplo) que ofrecen espacios de discusión con moderadores que permiten orientar la conversación, filtrar los comentarios ofensivos e incluso prohibir la entrada a usuarios que no sigan las reglas de alguna comunidad. El problema es que estas opciones todavía no se han popularizado en Colombia. Por ahora bastará entonces con tratar de utilizar las redes que manejamos día a día con mayor cuidado de tener en cuenta primero a la persona al otro lado del monitor. Como si la tuviéramos cara a cara.

Es lo mínimo.




[1] Retrieved from http://www.jstor.org/stable/20123725

Entradas destacadas
bottom of page