La Alteridad Frente al Posmodernismo
“Asumen la bienaventuranza
con la naturalidad de quien se piensa
para siempre elegido
e interpretan la penuria de los otros…
como simples mensajes divinos”.[1]
Introducción
La historia humana ha estado siempre construida por el trato con el prójimo. El meollo del asunto es que este trato usualmente no ha sido configurado por la solidaridad, el orden, el amor, la tolerancia y la búsqueda constante del bien común. Bastará emprender un simple vistazo a la forma de actuar de los distintos imperios, las cruentas violencias de las guerras mundiales y, en Latinoamericana, las dictaduras, las guerrillas y las maras centroamericanas, todo para darse cuenta del fiasco relacional que el ser humano ha desplegado contra sí mismo y contra su prójimo.
Será alcance de este parco ensayo emprender un acercamiento desde el posmodernismo al concepto de alteridad, describiéndolo, pero también pretendiendo depurar este argumento desde un criterio más ético y de bienestar común, en pro de una mejor convivencia y trato con ese Otro.[2]
Filosofía y concepto de alteridad
La alteridad parte desde la gramática, es decir, en el “yo soy”, “sí mismo” o, conjugado verbalmente, “yo pienso”, “yo soy”, “yo existo”; el self inglés, el selbst alemán, el soi francés.[3] La alteridad, entonces, es esa idea filosófica y relacional, de todo aquello (persona o no) que no soy yo mismo, pero que podría complementarme existencial y hasta ontológicamente. Es decir, verme también en el rostro del Otro, del diferente, de aquel o aquello que no soy yo mismo, que me trasciende, pero que me supera como individuo. Entendiendo lo anterior junto a ese mágico verbo llamado “compartir” y con todas las implicaciones de éste, del “convivir con”.
En el posmodernismo, enmarcado en una cultura de pragmatismo económico y tecnológico, pareciera que los parámetros de neutralizar, oprimir y, en el mejor de los casos, obviar al otro, se han incrementado. Así, la historia del Otro es una historia anclada principalmente en el sufrimiento, en la soledad y en la opresión, perdiendo absoluta significancia el sentido ético y cognitivo del trato al Otro,[4] y forjándose una penosa “cultura de la exclusión”.[5]
Se entiende perfectamente lo que Daniel de la Traba López denomina “Alzheimer social”, que sería “el proceso según el cual la ciudadanía pierde su responsabilidad de una manera rutinaria y permite normalizar las diferentes realidades de exclusión social”.[6] El Otro, entonces, se torna en un ser despersonalizado que llega a formar parte de un simple paisaje descolorido de la realidad circundante, negado, olvidado, hecho a un lado, dejado de mirar, no reconocido, vejado, excluido.
En esta vorágine del posmodernismo se llega a tildar como virtualmente “monstruo” a aquel que no cumple con determinado esquema social, que no encaja con el promedio, o con el ciudadano más ortodoxo. Emma León incluso habla de que la teratología (estudio de los monstruos), “es un vehículo privilegiado para abordar este tipo de fenómenos no sólo generados en el imaginario colectivo sino también aparecidos en la experiencia concreta de una persona”.[7] Se piensa, entonces, que el Otro, sólo por ser diferente al promedio, es un pendenciero “monstruo”.
Conclusiones: Lo que debería ser la alteridad hoy
La alteridad no implica, pues, una uniformidad aburrida, simplista y monocromática, es más bien un sentir de aceptación cálida y comunitaria dentro de los posmodernistas parámetros de geo-política y globalización. La alteridad se cimienta en un fuerte grado de aceptación de ese Otro ser que supera mi existencia, que implica muy probables divergencias de toda índole, pero que no es mi rival ni mi enemigo, laboral o económico, sino mi partner y conciudadano del mundo.
El posmodernismo plantea elementos globalizadores que incluso pudieran ser potencialmente buenos para un desarrollo más pleno, ético y solidario con ese Otro. Por ejemplo, si gran base del posmodernismo es la tecnología, ésta debiera ser un vehículo de auténtica cercanía, no como un fin en sí misma, sino como un medio para acercarme al Otro a través de la información y la reciprocidad, el intercambio de ideas y afectos.
[1] “Círculo en movimiento”, Guillermo Linero Montes, Cuadros de una exposición (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2000), 43.
[2] Se prefiere la redacción del sustantivo con mayúscula, Otro, la cual es la forma que la mayoría de académicos, –filósofos, antropólogos o teólogos– lo hacen. Así, Levinas, Habermas, Husserl, entre otros.
[3] Paul Ricouer, Sí mismo como otro (México: Siglo XXI Editores, 2006), xi.
[4] Harita Valavanidis-Wybrands, “Le temps du l’autre”, en Emmanuel Levinas, ed. Jacques Rolland (Paris: Editions Verdier, 1984), 164.
[5] Francisco, JMJ Panamá 2019: Catequesis preparatoria (Colombia: Editorial San Pablo, 2018), 43.
[6] Daniel de la Traba López, “Exclusión y concepto del otro: Repensando la intervención social”, Carthaginesia 32 (2016): 67.
[7] Emma León, “El monstruo”, en Los rostros del otro: Reconocimiento, invención y borramiento de la alteridad, ed. Emma León (Barcelona: Anthropos Editorial y UNAM, 2009), 61.