El mal de la arrogancia en el entorno del derecho. Un llamado al reconocimiento de la verdadera labo
Al ingresar a una profesión liberal como el Derecho, son muy diversos los objetivos que se buscan con ello. Algunas personas entran con cierto ideal de “Justicia”, otros buscan dedicarse al estudio puro del Derecho, otros buscan principalmente obtener un lucro considerable de su trabajo, y unos pocos simplemente ingresan por presión familiar y/o social, entre otros. Con independencia de los motivos que lleven a estudiar esta carrera, todos tienen claro que van a referirse a clientes, personas, vida humana. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, todos estos pensamientos van cambiando a medida que descubren que hay mucho más recorrido detrás de sus expectativas iniciales. Se van adquiriendo muchos más conocimientos, se va logrando cierto nivel de madurez y cada vez se está más cerca del ejercicio de la profesión.
El problema surge cuando se olvidan aquellas clases de primer semestre en las que nos hablan de la labor del abogado como alguien que presta su servicio a la gente, el clásico perfil Javeriano “no formamos los mejores del mundo, sino que formamos a los mejores para el mundo”[1]. Cuando no se madura y se reflexiona sobre los objetivos iniciales al empezar este camino, y se crea un estereotipo patético del abogado que necesita pisotear al otro para sentirse competitivo y superior, ahí es donde se pierde por completo la esencia de nuestra carrera.
La arrogancia y la soberbia son un problema transversal a las relaciones humanas. Pero en el mundo de los abogados es especialmente visible. Lo podemos observar en acciones tan cotidianas como presumir del conocimiento, que se sabe “mucho” de cierta rama, por obtener un 5.0 en un examen, ufanarse de los méritos ajenos cuando se dice que pierda lo que pierda, conseguirá un puesto distinguido en la república porque tiene amigos o familiares en determinada corporación prestigiosa, el abogado que presume su promedio en cierta universidad e ignora a quien no lo tiene, el abogado que busca debatir con el otro atacándolo en su persona y no en sus argumentos, para hacerlo ver como un inepto, o quien excluye al que no sea socialmente distinguido porque se dejan llevar por los estereotipos.
No hay nada de malo en destacarse. Por el contrario, esto es algo natural y loable en un medio tan competitivo y con tanta sobrepoblación como el nuestro. Lo repulsivo es pretender aplastar a otros o simplemente tener ese exceso de satisfacción que lo lleva a creerse lo primero y lo último. ¿Tanta necesidad tenemos de llamar la atención? ¿Es tan importante despreciar al prójimo para ascender en nuestras metas personales? Cuando anteponemos la soberbia sobre el reconocimiento del otro es que se dan problemas críticos, como el no saber trabajar en equipo, el deseo de aplastar a todo lo que se oponga a sus intereses individuales, en fin, problemas que pueden parecer pequeños, pero que, en escala y con el paso del tiempo, van generando situaciones tan graves como la violencia, la corrupción, entro otros.
Actividades como el consultorio jurídico o las prácticas deben generar conciencia sobre los problemas reales que aquejan a la sociedad. Tal vez el día de mañana podamos contar con el prestigio y el honor de asesorar grandes compañías y clientes que quizás nos puedan aportar reconocimiento profesional, académico, económico y en todas las demás esferas de las relaciones humanas. No obstante, eso no nos puede hacer olvidar las situaciones que viven colombianos como usted y yo. Las personas que están a punto de perder su casa por deudas, las denuncias cotidianas por lesiones personales, fruto de la intolerancia, la violencia intrafamiliar, el abuso sexual, son la realidad social que vive el país y no puede ser ignorada por los futuros abogados.
Situaciones como estas reflejan la urgencia de recordar por qué estamos aquí. Necesitamos más que nunca, retomar el rol del abogado como alguien que presta sus servicios, que directa o indirectamente maneja vida y relaciones humanas, que está en un constante trabajo en equipo y debe aprender a reconocer las aptitudes de los otros para construir soluciones jurídicas útiles para el mundo. No sirve de nada darse mérito por resolver un problema jurídico haciendo pompa de las habilidades argumentativas y el conocimiento que se tenga. No tiene ningún sentido ser reconocido por un promedio, un número, el saber, el dinero o la experiencia en el litigio si no aprendemos que antes de todo eso, somos seres humanos. La calidad del individuo, en todo caso, va mucho más allá de cualquier reconocimiento mencionado anteriormente. Las personas y los momentos sencillos de la vida, nos demuestran la importancia de no perder la humildad y de practicar lo que día a día predicamos cuando se nos llena la boca para decir que estudiamos Derecho, y, por último, nos debe motivar a reflexionar por qué y para qué seremos abogados Javerianos en Colombia.
[1] Frase tomada del Padre Adolfo Nicolás, S.J. Superior General de la Compañía de Jesús.