Conflicto armado en Colombia
El conflicto armado en Colombia es una realidad social que ha desangrado al país por décadas, convirtiendo en algo común el vivir en medio de las balas y la extorsión. La violencia actual es el reflejo de un país herido por un daño constante en el pasado que abrió una herida tan profunda que a su vez desencadenó una pregunta ante la cual los colombianos diferimos al responder, ¿seremos capaces de sanar y perdonar?
La dificultad al responder radica en el dolor acumulado de una sociedad que no sabe si está lista para perdonar. Sin embargo, esto conlleva a una segunda cuestión, ¿vale la pena que nos sigamos ahogando en odio mientras nuestro país se consume?
Algunos autores atribuyen el origen de esta problemática a los conflictos agrarios de los años veinte, sin embargo, la herida viene desde más atrás, en el siglo XIX. El primero de octubre de 1899 comenzó lo que conocemos por “La Guerra de los mil días” donde los partidos liberal y conservador se volvieron más fuertes. Sin embargo, la rivalidad de estos dos partidos no fue notoria hasta 1930, donde comenzaron sus disputas y persecuciones mutuas.
En 1946, el candidato al partido conservador, Mariano Ospina, subió a la presidencia, marcando el fin de dieciséis años de poder liberal. Los del partido ahora al mando estaban decididos a mantenerlo de esa manera, por lo que el líder político liberal Jorge Eliécer Gaitán se convirtió en una amenaza al gobierno.
Los liberales compraron armas para comenzar una revolución, y los conservadores no estaban cegados al enfrentamiento que se aproximaba. Decidieron actuar, matando al líder opositor Gaitán, el nueve de abril de 1948, día conocido como “El Bogotazo”. Comienza el periodo conocido como “La Violencia” guiado por el odio de los liberales que buscaban venganza, dando inicio al enfrentamiento entre guerrillas liberales y el ejército conservador, que tuvo una fuerza tal, que fueron más de 300.000 las personas que perdieron sus vidas. En medio del pánico se dio al régimen de Gustavo Rojas Pinilla en 1953, quien ejecutó una amnistía general. El general Rojas se alejó de los partidos políticos liberal y conservador, y fue la oposición de estos, sumada al bajo precio del café, las protestas e industriales lo que acabó con su dictadura en 1957.
En 1958 liberales y conservadores llegaron a un acuerdo de intercalarse el poder cada cuatro años, conocido como el “Frente Nacional” , que estuvo vigente por veinticuatro años, en medio de los cuales se dieron enfrentamientos silenciosos de los cuales la luna es testigo, pues fue bajo el manto de su tenue luz en las noches oscuras que se consolidaron los grupos terroristas de las FARC, el ELN y el M-19 entre otros, que desde 1964 y 1974 aproximadamente, motivados por el socialismo, la exclusión política y el dominio de las tierras, comenzaron a dispersarse por el país. Carecían de fuerza militar hasta que el negocio de la coca les permitió financiar un armamento escalofriante, al que le temían tanto civiles como funcionarios.
En 1982 Belisario Betancur negoció acuerdos de paz para que dichos grupos se disolvieran, pero en medio de las extorsiones por parte de los grupos guerrilleros y asesinatos a políticos de izquierda, las negociaciones no tuvieron el éxito esperado. Por el contrario, los ataques terroristas de estos grupos cogieron fuerza incrustando cada vez más profunda la herida del pueblo colombiano, al cual pretendían en un comienzo defender.
El seis de noviembre de 1985 ocurrió un asalto perpetrado que terminó con la toma del palacio de justicia en Bogotá, por parte del M-19. El veintisiete de noviembre de 1989 el vuelo 203 de Avianca, en consecuencia a la explosión que generó una bomba, se destruyó mientras volaba sobre Soacha.
El treinta de enero de 1993 se dio un atentado por parte del Cartel de Medellín. El siete de enero del 2003 un carro bomba explotó en el club El Nogal. El primero de septiembre del 2008 ocurrió un atentado contra el palacio de justicia de la ciudad de Cali. Y así podría llenar páginas tras páginas nombrando los ataques terroristas y las respuestas que el gobierno les daba, sin contar todas aquellas masacres que han mantenido en el anonimato para mantener el pueblo bajo la ilusión de un país tranquilo, pero lo que en realidad se ha logrado es desconfianza por parte de una población que pide a gritos un alto para poder respirar y no tener el sufrir como algo cotidiano.
Para acabar con este problema, el gobierno decidió atacar la fuente económica de los grupos terroristas: el narcotráfico. Esto radicó en el “Plan Colombia”, con el cual los paramilitares comenzaron a dejar a un lado las armas y dar pauta a los diálogos de paz, que nos trae de vuelta a las preguntas que planteé, y puede que tu respuesta sea diferente a la mía, pero eso no sería motivo para que yo alce un arma en tu contra. Nada justifica el matarnos entre nosotros sin importar el tipo de ideal que defendamos, y esto se debe a que no son “ellos” o “nosotros” ¿hay realmente bandos en las guerras? todos perdemos a la hora de un enfrentamiento sin importar a quien consideremos vencedor, ya que en ambas partes hay muertes, hay heridos que continuarán con el legado de sufrimiento que les han dejado para inculcar su mismo dolor en otros.
Somos una sola Colombia, si ellos caen nosotros también, ¿por qué nos cuesta tanto entender que todos pertenecemos a un mismo país? Estamos acabándonos a nosotros mismos con nuestros cuerpos reduciéndose en cenizas en medio del fuego que por generaciones hemos mantenido vivo. De nosotros depende si continuar con esta guerra o dar un alto y empezar a construir esa paz que para nuestros antepasados no era más que una utopía. Dejemos a un lado nuestros miedos y demos una oportunidad a la tranquilidad mientras aún seamos capaces de sentirla, luchamos como si fuésemos a vivir por siempre y morimos como si nunca hubiésemos existido.
Al final, la muerte es el precio que todos debemos pagar, pero podemos hacer que nuestros años signifiquen algo, que cuando nuestros signos vitales se agoten nuestro nombre permanezca vivo en las mentes de las personas que influenciamos, cambiemos las armas por el perdón para que el nombre de nuestro país signifique más que “drogas” y “violencia”. Puede que para muchos parezca irrelevante el cambiar su pensamiento creyendo que no hacen ninguna diferencia, cuando en realidad hacen un cambio inmenso. No podemos cambiar el rumbo de nuestro país ni salvarlo, pero podemos sanarnos a nosotros mismos e irradiar paz, y es eso lo que Colombia necesita: que sus personas desborden paz en lugar de dolor, que la historia del conflicto armado tenga por fin un año final, alejándose cada vez más del año vigente.