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Los intocables: ¡Usted si sabe quiénes son ellos!


El pasado 29 de Febrero Colombia se despertó con una noticia que parecía ser el fin del mundo para algunos. Los medios entraron en shock y aparentemente todo el país se detuvo para escuchar la despampanante noticia. No era un nuevo descubrimiento científico, tampoco era la muerte de algún famoso y mucho menos era un hecho relacionado con la paz de Colombia. La despampanante noticia giraba en torno a la detención de un ciudadano en Medellín, ¿pero despampanante?. Si, pues ese ciudadano era Santiago, perdón el Señor Santiago, nada más y nada menos que un honorable ganadero y caballista, que como digno hermano menor del ex presidente Uribe, le comprobó a la justicia colombiana la muestra infalible del famoso adagio popular: “Usted no sabe quién soy yo”.


Los hechos fueron contundentes: se le acusaba de homicidio agravado, concierto para delinquir y de supuestos vínculos con el grupo paramilitar: Los doce apóstoles. Por la gravedad de los hechos, el juez del caso decidió detenerlo, tal como la ley lo ordena cuando se sospecha que algún ciudadano cometió esa clase de delitos. Sin embargo, lo que estremeció al país, no fueron los pesadísimos indicios por los que se le solicitaba la captura y detención, sino que lo realmente sorprendente, para los ojos de los colombianos, fue que en ese caso a la justicia colombiana se le olvidó que el señor Santiago Uribe es uno de los intocables. ¿Uno de los intocables? Si, uno de esa atrevida, adinerada y extensa elite colombiana a la que la justicia les llega tarde, si es que les llega.


En la bolsa de los intocables se puede encontrar de todo: desde hermanos en carrusel [como Samuel e Iván Moreno], hasta “honorablísimos” magistrados como Jorge Pretelt, pasando por Andrés Felipe Arias, Cesar Mauricio Velázquez, Luis Carlos Restrepo, María del Pilar Hurtado, y peritos en la compra de votos como: Diego Palacio y Sabas Pretelt, que junto a otros “ilustres” uribistas, a los cuales se les suma en 2016 Santiago Uribe y posiblemente el “bello” Oscar Iván Zuluaga, se convirtieron en el común denominador de esta indignante, pero famosa bolsa de los intocables, a los que ningún juez y mucho menos ningún fiscal puede atreverse a ponerles “un dedo encima” pues ellos creen que las normas no les aplican como a cualquier “ciudadano común y corriente”.


Ese común denominador de la bolsa de los “intocables”, además de simpatizar y estar alineados fuertemente con el expresidente de la “Mano firme y el corazón grande”, tienen también la impresionante destreza de huir del país, como “pollitos en fuga”, cuando los trata de olfatear la impuntual justicia colombiana. Pero contrario a lo que todos los colombianos -con respeto a la patria- podríamos creer, ¡ellos huyen tranquilos y con la frente en alto¡ ya que se van del país con el permiso, autorización y consejo de su gran papá: “Don Álvaro”, quien cuando le van a tocar a alguno de sus ilustres pollitos, se olvida automáticamente de la “mano firme” y de la “no impunidad” que tanto proclama y sale profundamente indignado, -con un tiquete de avión en su mano derecha y organizando un plantón de unos pocos pelagatos con la otra-, a gritar por cualquier medio que sus pollitos son: “perseguidos políticos”. Como si tuviera la autoridad moral para decirlo.


Sin embargo, pareciera que los colombianos estuviéramos dichosos con la dinámica de los “intocables” pues, sin manifestar algún descontento, entre alegrías, parafernalias y miedos terminamos eligiendo en 2014 a “Uribe Centro Democrático” como el segundo partido con más fuerza política del país. Legitimando así a la dinámica de los “intocables” y olvidando que sin las FARC ese partido dejará de tener ese odioso discurso político, que de por si es el discurso más escaso y contradictorio del momento, pues plantea exclusivamente la tesis de “paz sin impunidad” cuando de ellos mismos emana la más vivaz alergia a la justicia.


Es triste la realidad de la justicia en Colombia, que como un fiel folklor llega puntual e incondicionalmente a las clases más bajas y numerosas, pero se le olvida llegar a algunos de sus grandes aliados, que hacen parte de nuestra inimputable clase política. Pero es más triste saber que los 48 millones de colombianos legitimamos pasivamente ese atrevido comportamiento de los “intocables”, al indignarnos o sorprendernos cuando capturan a alguno de ellos [sabiendo que es el deber ser de la justicia] y al aceptar sin razón alguna la frase “usted no sabe quiénes son ellos”, cuando en realidad la gran mayoría de colombianos si sabemos quiénes son y tenemos pruebas para hacerlos cumplir con la justicia y hacerlos poner la cara ante todos nosotros.


Sin embargo, con este comportamiento lo que estamos haciendo los colombianos es enterrar y pisotear profunda y fehacientemente la memoria de grandes hombres y juristas como Carlos Gaviria Díaz, que hace un año murió en la más tortuosa espera de que algún día la justicia colombiana pudiera construirnos un país decente.

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