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Arquitectura de una mal lograda realidad

Si algo ha caracterizado el ruinoso y arbitrario mundo del que nos vemos rodeado, es la incesante y hasta ahora inalcanzable búsqueda de la verdad, en donde los hechos han sido y serán igual de escabrosos que el mismo que ha tenido la voluntad para conocerlos. El intelecto humano, del cual orgullosamente profetizamos como fruto máximo de la razón, no es más que una mera ficción creada bajo la embaucadora conciencia de un hombre con anhelos de grandeza.


Anhelos cuyos propósitos han enterrado la verdad en lo más profundo de una conciencia de violencia, asesinato e ignorancia y que ha dejado a un lado el impulso de pocos hacia la verdad, lo cual ha sido arduamente defendido como si el desconocimiento sea la regla y la ley. El hombre en su necesidad por coexistir se ha inventado metáforas y distintos métodos para designar las cosas con el propósito de hacer parecer lo irreal como real y darle carácter de obligatoriedad al fraude con motivos de impedir el caos. Nos han adoctrinado a través del miedo infundiéndonos desde un retrato manchado o una venda cegadora la incapacidad del conocimiento, un ser que desea la verdad pero no halla lo esencial, el camino de los caminos, una verdad limitada.



No hay ninguna verdad universalmente valida, el subjetivismo limita cualquier idea al sujeto (el cual puede ser un individuo humano o la persona en colectivo) que ve y juzga. En el subjetivismo individual un juicio es únicamente valido para el sujeto que lo enuncia, solo es verdadero para él desde su punto de vista y aunque logre llegar a ser una verdad supraindividual nunca podrá alcanzar su universalidad, ya que sin importar la objetividad con la que quiera pronunciarse siempre partirá desde su arbitrio. Resulta ser que lo expuesto por un grupo, ya sea desestimable o significativo, nunca será una verdad sino su propio criterio de esta.


Toda verdad es relativa, además de que el conocimiento depende de factores cognoscentes en el hombre, también se encuentra en dependencia respecto a causas externas, entre las cuales se pueden considerar la influencia del medio, el contexto histórico, la pertenencia a un determinado circulo social y los factores determinantes que esto produce. Todo hecho está condicionado por el individuo y como afirma Protágoras “el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en cuanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son”, nos lleva a reflexionar que hay tantas verdades como personas en el mundo, por lo que la imposición de una idea debe ser contraproducente a nuestra naturaleza pensante y aceptarla seria continuar con la ficción que tenemos por intelecto.


La ficción que ha tenido el hombre por intelecto al no cuestionar las verdades relativas, otorga una concepción pragmática respecto al conocimiento en donde la persona no es en primera instancia un ser pensante, sino un ser cuyo intelecto es práctico y guiado por la mera voluntad de obrar. Al hacer congruente lo fáctico y nuestros pensamientos con los fines prácticos, desarrollamos nuestro intelecto no con el propósito de investigar y conocer la verdad sino para instruirnos en nuestra realidad social en donde lo primordial se tornó en lo útil y lo provechoso de la conducta humana en pro de los estándares del poder establecidos. Hans Vaihinger en su obra Filosofía del como si se refiere al pragmatismo en donde quisiera hacer hincapié en su concepción de intelecto, en donde considera que este le ha sido otorgado al hombre no para alcanzar la verdad, sino para obrar a través del uso de representaciones falsas y que son conscientemente aceptadas por su contenido vital en la sociedad.

La invitación radica en que, como seres cognoscentes, dejemos a un lado el falso intelecto pragmático y nos encaminemos hacia el cuestionamiento de los paradigmas que afrontamos diariamente, desde lo que escuchamos constantemente en nuestras aulas hasta en los numerosos postulados políticos. Sin irnos hacia el escepticismo es importante considerar lo relativo o subjetivo que puede llegar a ser un discurso y es fundamental estimarnos como buscadores consumidos por la sed de verdad con el fin de dejar atrás la fructífera tendencia de dejarnos engañar por las pululantes palabras exhaladas de quienes ostentan el poder del lenguaje

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