¿Por qué queremos cambiar el mundo?
A la memoria de Klaus Zapata…
La edición del Periódico Ágora que usted tiene entre sus manos, ha querido reivindicar una de las consignas más nobles y justas que han acompañado a la humanidad a lo largo de su periplo histórico. Una consigna que independientemente de las circunstancias y de los acontecimientos ha hecho temblar a cualquier tipo de estabilidad inmanente y naturalizada: ¡Queremos Cambiar el Mundo! ha sido el referente perseguido desde que somos conscientes de las utopías realizables, y el impulso que nos permite imaginar que una sociedad distinta –auténticamente humana- sí es posible.
Ahora bien, ante el discurso crítico que se erige sobre ese horizonte transformador, es importante, además, detenernos en responder una cuestión elemental, y es la de: ¿por qué queremos cambiar el mundo? ¿Por qué cambiar el mundo se ha tornado en el imperativo de nuestra generación? Ciertamente, consideramos que la centralidad de nuestro papel histórico en estos tiempos, no consiste solamente en traer a colación el horizonte político de cambio –que en definitiva es absolutamente necesario-, sino también, en develar las razones por las cuales la necesidad de transformación se ha vuelto tan imprescindible en nuestros días. Es decir, nuestra tarea va en una doble vía, por un lado, necesitamos pujar el cambio, necesitamos la templanza y la valentía para ser decididos en la consecución de la transformación; pero, por el otro lado, requerimos del consenso de la gran mayoría, ya que la construcción de la nueva sociedad necesita de sujetos activos, empoderados, beligerantes y sobre todo convencidos. De esta forma, tenemos por tarea impostergable la de persuadir a los demás de que el cambio es posible, deseable y necesario. ¡Hay que convencer, hay que exponerle a la gente por qué el mundo tiene que cambiar!
En ese sentido, es indispensable dialogar los motivos por los cuales el cambio se ha hecho inaplazable, distinguir por qué la sociedad se ha volcado al cambio y de qué manera ese cambio adquiere una posibilidad real de concreción histórica. No hay que ser dubitativos a la hora de denunciar que ¡el sistema se ha vuelto insoportable! Que las condiciones de vida en el capitalismo se han tornado invivibles para la gran mayoría de la población mundial, a tal punto que no solamente hemos puesto en peligro la base natural de la humanidad, sino que también y como consecuencia directa de lo anterior, hemos puesto en peligro a la humanidad misma. De esa manera volvemos al gran dilema de inicios del siglo XX, o accionamos el freno de emergencia –y por ende impulsamos la capacidad transformadora de los seres humanos-, o simple y llanamente nos sumergimos en la barbarie generalizada, la cual, hoy por hoy, ya da avisos de permanencia a través de un sin número de realidades caóticas…
La Privatización: Como bien lo señalaron los grandiosos filósofos de la “Escuela de la Praxis”, una de las necesidades humanas más preciadas es la de pertenecer a una comunidad, compartir valores comunes y desarrollar lazos que, sobre la base de la solidaridad, puedan ligar dos componentes esenciales del desarrollo histórico humano, a saber: el desenvolvimiento personal y el desenvolvimiento colectivo. Solo así es posible cumplir con la máxima de la libertad en sentido positivo, ya que el libre desarrollo de lo personal se da en conjunción con el libre y potencializado desarrollo de lo colectivo, y la libertad –individual- se constituye y se potencializa de la mano de la libertad de los demás. Ahora bien, el capitalismo se ha contrapuesto históricamente al cumplimiento de estas necesidades humanas, ya que en la medida de que su organización económica hace indispensable la competencia y el conflicto permanente, empuja así a que el individuo –en vez de tender a integrar en su vida trazos comunes de lo humano en general- se privatice y cree comunidades ilusorias que marginan y disgregan el cuerpo social e impiden que asuma su responsabilidad histórica como ser social. “El capital”, además de sacrificar lo colectivo, erosiona la construcción y potencialidad propia de lo subjetivo a manos de un fetichizado constructo individualista.
Burocratización y pérdida de sentido de lo político: Sumado a lo anterior, actualmente nos encontramos en un momento histórico en donde la democracia liberal está cada vez más desacredita, la sociedad siente insatisfacción hacia los –nulos y efímeros- espacios de participación, y la praxis política, sobre la base de un ineficiente y desdibujado sistema de representatividad ha perdido su sentido colectivo. En palabras de Marta Harnecker: “vivimos un tiempo en donde se acepta cada vez menos esa separación tan grande entre electores y elegidos”, un tiempo en el que se percibe con gran indignación los grados de burocratización a los que ha llegado el Estado moderno de la mano de un injusto modelo económico que no garantiza las necesidades y los intereses de la población. Sin lugar a dudas la disputa por el cambio está en la disputa por la concreción de un nuevo Estado que democratice decisiones en la comunidad, en los movimientos sociales y en el conjunto de la sociedad civil –en sentido gramsciano-. Un modelo político institucional que rompiendo con ese viejo Estado monopolizador de las decisiones en la burocracia, bregue por la consecución de uno de los fines más preciados de la filosofía política: la democracia directa.
Pero la barbarie continúa…
Pobreza y miseria: Los niveles de pobreza y desigualdad a los que nos ha arrastrado el capitalismo son espeluznantes, a tal punto que, como lo sostuvo el presidente del Foro Económico Mundial Klaus Schwab: en el 2015 el patrimonio acumulado por el 1% de la población mundial superó al del 99% restante. De igual manera, las cifras en materia de índice de necesidades básicas insatisfechas por la población mundial no son tan esperanzadoras, en el año 2014 la ONU reconoció la existencia de obstáculos estructurales para cumplir con los objetivos de desarrollo del milenio, en el 2015 el Banco Mundial sostuvo la imposibilidad de erradicar la pobreza extrema para el año 2030, y en ese mismo año (2015) se estimó que más de mil millones de personas vivían en la pobreza; en suma, el sistema no pudo cumplir con las expectativas generadas en materia social. Así mismo, en Colombia las cifras tampoco ayudan, de acuerdo con el último censo agropecuario del 2015 en el campo colombiano existe un índice de pobreza del 44.7%, así como una concentración del 77% de la tierra en manos de un minúsculo 13% de propietarios, lo que implica que el 80% de los campesinos poseen menos de una Unidad Agrícola Familiar (UAF), con el agravante de que, de acuerdo con las estadísticas del Ministerio de Agricultura, gran parte de los bienes de la canasta familiar son importados, lo que implica que tampoco tenemos ni soberanía ni seguridad alimentaria.
Crisis Ecológica: Es evidente que la esencia del sistema capitalista se halla en su afán de expansión, crecimiento y acumulación ilimitada de capital, elementos que se condensan en la lógica de la producción desmedida a partir del estímulo del consumo inútil y la constitución de lo que muchos y muchas han denominado “la sociedad de consumo”. Ante dicha realidad de sobreproducción y sobreexplotación del ser humano y de la naturaleza, es claro que ni la protección de los equilibrios ecológicos del planeta, ni la preservación de un medio ambiente favorable para las especies vivientes –incluida la nuestra- son compatibles con la dinámica destructiva y depredadora del sistema capitalista; bien a dicho Joel Kovel que: “la lógica productivista y mercantil de la civilización capital/industrial nos conducen a un desastre ecológico de proporciones incalculables (…) la expansión capitalista amenaza con aniquilar los fundamentos naturales de la vida humana sobre el planeta”.
Así y todo, a pesar de esta realidad de barbarie existe aún una chispa de esperanza. El inmenso mural de barbaridades no puede ser descrito dejando de lado aquellos que de forma directa y decidida NO hemos renunciado a la convicción de que “otro mundo es posible”, que hoy más que nunca otro mundo es necesario y deseable. De esa manera, reinventar la consigna de “¡Queremos cambiar el mundo!” implica que en la medida de que la realidad ha adquirido un sentido –negativo- y una explicación histórica, se ha vuelto sustituible, cambiable y transformable. Implica que la transformación se ha vuelto nuestro paradigma, nuestro imperativo: la fantasía concreta que suscita el sentido revolucionario de nuestra generación.
¡Ahora o nunca!