top of page

Revoluciones continentales

“querían cambiar el mundo, suprimir las injusticias y fundar un orden nuevo en la existencia humana, eliminar el hambre y entregar la libertad; para eso estudiaron, discutieron, conspiraron, agitaron y se rebelaron; por ello conmocionaron aquel Reino descarado y hueco, por ello combatieron y por ello muchos murieron" Temporada de ángeles, Lisandro Otero.



REVOLUCIÓN, un término de­batido, rechazado y defendido a lo largo de la historia. Todos estaremos de acuerdo en que la revolución es un elemento central de la sociedad, por lo menos desde el siglo XVIII. En la edad contemporánea la cultu­ra occidental experimentó diversas formas de desarrollos histórico-sociales que cambiaron la forma de ver el mundo: la colonización, la revolución francesa y la revolución industrial. América Latina no estaba exenta de esta realidad, pues todas las tradiciones revolucionarias eu­ropeas continentales influenciaron algunos movimientos independen­tistas de las colonias. A mediados del siglo XIX todos los pueblos de occidente soñaban con su propia re­volución francesa, pero ¿cómo tras­ladar los ideales de las revoluciones europeas a la realidad americana?

La historia de las revoluciones latinoamericanas se presta para un estudio detallado y contextualizado, pero a partir de un rápido análisis encontramos coincidencias tales como que i) el sincretismo propio del proceso colonial tuvo efectos sociales y políticos; ii) en toda La­tinoamérica, los movimientos inde­pendentistas lucharon y adquirieron el poder; iii) tras las dictaduras de las elites militares, muy presentes en los procesos Latinoamericanos, surgieron revoluciones de origen popular como reacción a esta nueva realidad.

No se puede encasillar la histo­ria de Latinoamérica en un antes y un después de los procesos de inde­pendencia, ya que todo el cono sur y las naciones caribeñas tuvieron trasformaciones sociales profundas y –querámoslo o no– somos países con tradición revolucionaria. La conformación de nuestras repúbli­cas esta moldeada por revoluciones, e incluso, en la actualidad aun ob­servamos cómo es de latente esta tradición, pues varios gobernantes adoptan políticas que anuncian por un resurgimiento de esas revolucio­nes de independencia.


La era de las revoluciones no terminó cuando dejamos de pagar tributo a España, Portugal y Holan­da; la era de las revoluciones estaba hasta ahora comenzando.


En la obra El Siglo de las luces del escritor cubano Alejo Carpen­tier, se evidencia cómo se trasplanto la idea de la revolución a América, pero en este viaje no solo llegaron al Caribe las ideas de libertad, sino que también llego el terror y la vio­lencia característica de ellas. La historia nos invita a reflexionar a través de los hechos pasados sobre la realidad política del presente, y cómo nuestras naciones no son hijas solamente de las revoluciones euro­peas sino también de la violencia que ellas mismas conllevaron.


En el trascurso del siglo veinte, Cuba, Nicaragua, México y Bolivia tuvieron algo en común; todas estas naciones tuvieron gobiernos autori­tarios que concentraban el poder, y generaban “desarrollos” a costa de las clases populares. En estas na­ciones surgieron revoluciones que reaccionarían contra estos contex­tos dictatoriales. Estas revoluciones darían la base de la actualidad polí­tica y social de estos países.


Cronológicamente, la prime­ra revolución del siglo XX fue la mexicana, un intrincado conjunto de guerras y levantamientos que surgieron a raíz de la permanencia, aparentemente vitalicia, en el poder del general Porfirio Díaz, que aún hoy suscita debates históricos so­bre su desarrollo y los hechos que la concluyeron. En segundo lugar, la revolución boliviana de 1952 co­nocida por ser la única revolución obrera que triunfo en Latinoaméri­ca, formada por la alianza de diver­sas clases sociales, manifestada en el M.N.R. (Movimiento Nacional Revolucionario). Entre 1952 y 1956 desde el nuevo Estado revolucio­nario y en una conjunción con un nuevo actor social, el campesinado, se generaron profundas transforma­ciones como la reforma agraria y el sufragio universal. Todas estas po­líticas cambiaron abruptamente la realidad boliviana.


​La toma del poder de Fidel y Raúl Castro por medio del Movi­miento del 26 de Julio, que derrotó al régimen de Batista, con una ima­gen de revolución campesina logró cambiar las políticas de gobierno al propender por un desarrollo social y justo. Casi veinte años después, en 1979, la revolución Sandinista en Nicaragua, fue recibida como un gran logro de los pueblos que exi­gían el derrocamiento de las dicta­duras.


Todas las revoluciones Latinoa­mericanas del siglo XX expresaron –cada una a su manera– un ideal: la tiranía se puede vencer por medio de una constante lucha que reque­rirá, en algún momento, entrar en dinámicas armadas. Sin embargo, la realidad social en esta época dio lugar a nuevas tensiones que inclu­so derivaron en nuevos conflictos, además de las disputas que se pre­sentaban al interior de los mismos movimientos revolucionarios que habían abanderado la lucha.

En Cuba, Fidel y Raúl Castro se han perpetrado en el poder, y por su parte, la revolución nicaragüense dio lugar a una guerra civil entre un gobierno sandinista totalitario y sus contrapartes. Los conflictos socia­les que derivaron de las revolucio­nes todavía repercuten la realidad social; la búsqueda de igualdad y libertad aún sigue siendo un motivo de lucha.


El proceso revolucionario lati­noamericano ilustra la necesidad de la construcción de nuestras nacio­nes, incluso a partir de la reacción popular ante las injusticias de quien se encuentra en ejercicio del poder. Las revoluciones son la manifesta­ción conjunta de nuestra lucha como americanos, una lucha común por la paz, la libertad y los derechos. De­bemos trascender de los hechos his­tóricos del siglo XX, y comprender que las revoluciones no pueden ser ya un proceso violento reaccionario que posiblemente terminara gene­rando más violencia y conflicto; la revolución de hoy ya no es la de la guerra y el fusil, sino de la lucha de ideas y la construcción colectiva. Llegó el momento para que nues­tras revoluciones se encaminen a la paz y a construir la justicia social de nuestras naciones americanas, de nuestra tierra, cuyos destinos


Entradas destacadas
bottom of page