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La Verdad y las Formas Jurídicas: y la nueva construcción del derecho desde abajo

En el año 1973, Michael Foucault en el marco de 5 conferencias dictadas en la Universidad Católica de Rio de Janeiro platearía una de sus más ro­tundas ideas sobre la construcción de la verdad, el conocimiento, el poder y el derecho. El Filósofo y Psicoanalista francés pretendía evidenciar la falacia el mito occidental de “Edipo Rey” de la separación entre el Saber y el Poder.


Así como lo hace Foucault sobre Nietzsche, yo me atreveré a hacer una lectura de su texto desde la posición que me parece más conveniente a los argumentos que pretendo develar. Esa construcción del derecho como se ha hecho a lo largo de toda la historia ha supuesto un ejercicio de construcción del saber, el conocimiento y lo “real” desde el más poderoso, el que puede decir qué es y qué no es la verdad. El derecho se ha hecho un mecanismo de legitimación y validación “monopo­lizado” del poder para el ejercicio de dominio y subyugación de unas clases que no tienen el beneficio de su conoci­miento, completamente correlacionado con los ejemplos medievales que hace el autor en la tercera conferencia.


Se cambió la fuerza de las armas por la fuerza del derecho, siendo que este es mucho más implacable, más frío, triun­fó en tal medida aquel sofisticado con­cepto: de que las armas se pusieron al servicio del derecho. La efectividad de su ejercicio se vería en el sostenimiento del statu quo. Se ha construido a su al­rededor un discurso de persecución de la paz por su medio, el mismo que su­pone el acceso a la justicia. Error. Son los que dominan el derecho, los pode­rosos, aquellos que definen qué es la Justicia, la nombran, la llenan de conte­nidos prefijados por prácticas sociales, discursos, formas, luchas, dominio y subordinación de unos para con otros y la paz significa desde ese punto de vista “la conformación” de los “otros” con lo “poco” que merecen.


En esa medida, existe un cuerpo so­cial, con unos más fuertes, más pode­rosos, con aquellos que tienen la capa­cidad casi mágica de dar nombre a las cosas. Ellos se han puesto en la cabeza para administrar el poder. Ese poder se lo ganaron mediante el ejercicio de la guerra -la guerra política, económica, armada, espiritual e incluso académica- . El victorioso crea la verdad, constru­ye la historia y se encarga de promul­gar las leyes que buscan proteger lo ganado, y si queda alguna duda sobre dichas ordenes (soberanas) también se convierten o se sirven de la abogacía para interpretar el complejo lenguaje jurídico, dominarlo y seguir así ganan­do con él en un campo de batalla don­de solo aquel que lo conozca con más pericia triunfará en los tribunales. Esto se convierte en últimas en el Sistema Nervioso Central del cuerpo social. Naturalmente estas personas que están en la cabeza, mueren y heredan su po­der y sus facultades de nombrar, pelear, hacer y ejercer el derecho. Los otros, los que somos nominados simplemente nos sometemos, somos los medios para que “los Unos” mantengan su posición privilegiada de cabeza. Es lo que en otras palabras Juan Felipe García Arbo­leda llamaría la Ciudad Letrada (la que legisla y ejerce el lenguaje complejo del derecho) y la Ciudad Real (los que están subyugados por ese poder, por la ignorancia del mismo).


¿Qué sucede cuando “el otro” se enfrenta al poderoso nominador? Primero, le causamos un terrible miedo, después “nos-otros” perdemos la pelea y por último el poderoso se percata de que ante la insatisfacción debe gen­erar un plan de contención mediante el derecho. Ese paliativo, esa cura se tra­duce en generar prerrogativas sociales a los que nominaremos derechos con condiciones. Sin saberlo, los poderosos han dado un paso ligero que conclu­irá en mi propuesta, pues resulta que a partir de los derechos (prerrogativas sociales) “los otros” hemos aprendido la necesidad de conocerlos y usarlos, de empoderarnos de ellos. Nos atrevimos a algo más grande de lo que se imagi­narían alguna vez. Conocimos el poder de Conocer, de Aprehender un Con­cepto, un Medio (como es el derecho) y redefinirlo con un fin de justicia, una nueva justicia de todos y todas y no solo de ellos. Aprendimos a nominar, a pelear por decir cómo se llaman las cosas y qué son. Controvertimos desde el subconsciente de este cuerpo social al consciente. El derecho que sería uti­lizado para la estabilidad del sistema y la desigualdad será reformulado para el acceso a la Justicia Social y el em­poderamiento del poder nominador.


Pero ¿qué pasa cuando “la ciudad real”, “los otros”, “nosotros los otros” aprendemos el poder del derecho y lo usamos?- Sencillo, las armas de las for­mas y los lenguajes complejos pierden efectividad, dejan esa virtud implacable de sostener las relaciones de poder de “Unos sobre Otros”. Entonces, ante la ineficacia parcial del derecho vienen “Ellos” “la cabeza” nuevamente con las armas de verdad, las balas, los mache­tes, el fuego y los abogados; las prime­ras en complemento de los segundos. De eso es testigo la historia del conflic­to en Colombia. Toda nuestra geografía desde la ciudad hasta el campo han sido testigos también de cómo se disputan los derechos sobre la tierra, la partici­pación política y la justicia con dos he­rramientas: las jurídicas y las armadas. Ese es el caso de los campesinos de Las Pavas, que buscan por vías del derecho “re-definido, re-interpretado y ejerci­do” por ellos, que se les reconozca lo que dice la ley que han aprehendido y de la que se han empoderado. En la contraparte, está un grupo de “podero­sos” que pretende defender su dominio en esa esquina del sur del Bolívar, en el imponente Magdalena Medio. Su es­trategia, su juego está en los tribunales y en la violencia. Nos volvimos muy peligrosos los que aprendimos a no­minar. Esquizofrenia, el subconsciente pelea con el consciente. Este cuerpo so­cial, por órdenes expresas de la cabeza se empezó a flagelar, pero en muchos casos se resiste.


¿Qué podemos hacer ante esto? Podemos hacer varias cosas: 1) criticar reflexivamente este incansable juego de poderes, statu quo, 2) aprehender el poder de redefinir, de nominar, de in­terpretar y de hablar en su lenguaje 3) transformarlo y simplificarlo, y final­mente 4) usarlo. Un derecho nuestro y nuevo, propio de Nuevas Ciudadanías que comprendan su roll activo en esta continua lucha por decir qué es la ver­dad. Un “Nosotros los Otros” que en­tendamos el papel que tenemos para decir quién tiene la razón y a quién observa con favorabilidad la justicia. Un nosotros que dejemos la nostalgia de haber sido en la historia los “Otros” para que nos auto-transformemos, para que salgamos de la escafandra y sea­mos Todos Uno. Un Cuerpo social que comprendiendo las alteridades que lo componen suscriba un verdadero me­canismo para la paz y la justicia social: un derecho justo de y para todos, un subconsciente que sea capaz de super­ponerse al consciente y gobernarlo, los deseos más profundos que emerjan y se materialicen. Se trata de dominar la verdad, de decidir qué somos y qué re­querimos en el Neo-Consciente, en las nuevas ciudadanías: ¡Paz carajo! ¡Paz con Justicia Social!


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