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¿Esta es la paz de Santos?


En las últimas semanas, tal vez meses, apareció progresivamente en debates, foros y redes un cues­tionamiento generalizado hacia los Diálogos de paz entre la insurgencia de las FARC-EP y el gobierno en cabeza de Juan Manuel Santos, una pregunta tan trivial como vacía en los contextos en los que se pronun­ciaba: ¿esta es la paz de Santos?. Aquel interrogante surgió como for­ma de cuestionar aquello cercano al proceso, en especial, sus avances, y cualquier decisión proveniente del gobierno frente a este tema.


Con los acontecimientos re­cientes producto de los fructíferos compromisos alcanzados en varios temas espinosos de la agenda como víctimas y justicia, compromisos condensados en la imagen del pre­sidente de la república junto al co­mandante en jefe del ejército en re­belión y el presidente de la isla sede de los diálogos, se dio un nuevo aire de esperanza al porvenir del Proce­so de paz. Al tiempo que se reforzó el cúmulo de expectativas creadas por el plazo y condiciones más o menos claras de lo que la población colombiana puede y debe esperar de lo negociado en Cuba. Todo lo anterior ha sido ampliamente rese­ñado por columnistas, medios y lí­deres de opinión del país, ello no es nuevo.


Ahora bien, es pertinente re­tomar al cuestionamiento obtuso y darle un nuevo lugar de enun­ciación. Tras los anuncios de los acuerdos en el tema de responsa­bilidad penal de las partes en con­flicto, de la creación de una juris­dicción de paz y de las penas de restricción de libertad cabe pregun­tarse ¿esta es la paz de Santos? Ya que en este punto no pareciese ser capricho personal del presidente como algún sector ha denunciado, por el contrario, cada día de avan­ce del proceso, se afirma como una apuesta nacional que trasciende más allá del periodo presidencial, de lo político a secas o de lo neta­mente jurídico. Es por lo anterior que vale la pena retomar el cuestio­namiento y reformularlo de manera propositiva. Insisto, ¿esta es la paz de Santos? O la de los colombianos quienes habremos de llenar nuestra cotidianidad de actos de reconcilia­ción tendientes a generar un nuevo ambiente político en el país.


Es necesario empezar a llenar de contenido desde la sociedad civil, desde las universidades, desde los movimientos sociales y políticos la paz que queremos, que pensamos, que anhelamos para el país. Mucho se ha dicho ya, y mal haría quien negase que prácticamente el centro del debate público, salvo contadas excepciones, de los últimos casi 3 años ha sido alrededor de los Diá­logos de la Habana; es claro que así ha sido, pero este último impulso que ha recibido el proceso con los jefes máximos de los bandos en­frentados, estrechando sus manos en ánimo de compromiso, obliga a reflexionar para apostar nue­vas cartas en favor de la paz. ¿Si lo trasmitido por televisión es la paz de Santos cuál es su paz, cuál es nuestra paz? Lo anterior sirve como pregunta introductoria hacia territorios inexplorados en la isla del caribe pero que necesariamen­te hacen parte de debates tangentes a la construcción de un país dife­rente, un país en paz con justicia social. Por tal razón es preciso de­batir aquello que se quedó por fue­ra de la agenda de negociaciones. Podríamos mencionar:Es preciso debatir nacionalmente el aparato carcelario y la política criminal que tiene el país. Una adecuada, si no por lo menos digna, reclusión a quienes se encuentran condenados por la comisión de cualquier cri­men, pues no sólo el delito político de rebelión hace parte de la cons­trucción de paz


La criminalización de la protesta social y del pensamiento crítico, a través de la judicialización de líde­res, lideresas, profesores y estudian­tes como formas de represión a las apuestas políticas alternativas, debe ser erradicada.


Es necesario replantear el mo­delo de seguridad, especialmente la privada, que actualmente actúa como una forma legalizada de pér­dida del monopolio de las armas por parte del Estado.


La depuración ideológica de las fuerzas militares como presupuesto del nuevo rol que han de jugar los organismos armados del Estado en la lucha contra la criminalidad or­ganizada.

La creación del servicio social para la paz como alternativa a la de­tención arbitraria con fines de reclu­tamiento que se expresa actualmen­te en el servicio militar obligatorio, especialmente en su más execrable expresión a través de las batidas ile­gales.


El listado anterior solo constitu­ye un abrebocas de lo que viene para el país. No se puede perder de vista que Santos entiende la paz como su firma sobre un acuerdo-contrato de papel que contenga el producto de lo acordado en Cuba. No obstante, de ese momento en adelante, es de­cir, la implementación, pero sobre todo, la parte más complicada de todo el proceso, la construcción real de paz con justicia social, es de la población en su conjunto. La paz es la materialización de las apuestas políticas locales que construyan un nuevo poder, una lógica alternativa de gobernanza en lenguaje de dere­chos humanos y de trabajo que se firme con todo el pueblo. Entonces pues ¿cuál es la paz de Santos?.


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