Ante la verdad, lo que sea menester sea
Sobre la marcha de un país corroído por la parte más truculenta de la imaginación humana, pueden acaecer momentos que toquen las más hondas fibras del sentimiento nacional. La muerte de Luis Carlos Galán es materialmente un crimen atroz, pero es por esencia, el desvanecimiento de una figura medular para el panorama colombiano. Su muerte trastocó a gran parte del colectivo de generaciones que lo vieron desempeñar la política, y aún, en aquellas que ulteriormente conocen su historia.
A pesar de los elogios que se puedan dar sobre su vida y obra, donde se evidencia una férrea apología de ver y hacer política de forma diferente y de estarse concienzudamente a sus planteamientos e ideales, lo cierto es que a Luis Carlos Galán, como a todo ser humano, lo encomiable se le termina en algún punto.
Dado el impulso general de rectitud que hace mella en el juicio de los hombres, se me impone ante todo, apelar a la verdad. Lo que se le debe reconocer, nadie lo tergiversará, pero también debe haber espacio para el recuento sobre aquello de lo que pocos hablan, aportando, por supuesto, el material probatorio al que haya lugar.
La relación de Galán con la educación en Colombia tuvo sus más variados momentos. De una clara defensa a la universidad pública y a la necesidad de que el país destinará recursos a la educación; siendo éste el principio mediante el cual, el grupo humano conserva y transmite su peculiaridad física y espiritual, pasa a hacer rotura de esos postulados, para herir los avances que sobre la materia lograron las agrupaciones docentes.
En efecto, pese a que sus ideas como estudiante de derecho en la Pontificia Universidad Javeriana llenaban clases y auditorios, cuando por fin logró un puesto de poder, perdió ese horizonte que lo mantuvo en la palestra pública como paladín de la educación.
Al asumir como ministro de educación para la administración conservadora de Misael Pastrana Borrero, emite el decreto número 223 de 1972, denominado el Estatuto Docente. En esta norma se atentaba contra muchos de los logros obtenidos por las agremiaciones docentes de aquellos años. Por ejemplo, se quitaba la posibilidad de organizarorganizarse sindicalmente y se negaban los derechos de contratación colectiva y de huelga, dado que se les otorgaba la denominación de empleados públicos. Por otro lado, se escalonaba a los maestros en categorías según los estudios realizados, pero para lograr pasar de una categoría a otra, era tan difícil e inalcanzable en la práctica, que el estatuto fue ridiculizado, no sólo por maestros y estudiantes, sino hasta por la prensa oficial.
Fue tanto el descontento de los docentes en Colombia (especialmente de primaria y secundaria), que durante los siguientes meses a la expedición del decreto, masas irresueltas de maestros inundaron las calles de las ciudades más importantes del país, exigiendo el cumplimiento de aquello que les otorgó la lucha social, y que el derecho ya les había reconocido. Empero, la justicia no es siempre de grato recibo y el desarrollo del derecho de reunión fue vituperado bajo estigmatización y repelido con vehemente fuerza estatal, ya no solo frente a los docentes, sino también frente al colectivo de estudiantes que venían desde 1971 en franca lid por una mejor educación en Colombia.
No obstante, fieles a sus convicciones sobre lo que debería ser la educación en el país, los maestros mostraron completa decisión para detener al decreto y a pesar de las detenciones y ultrajes, continuaron anteponiendo el deber ser sobre la agenda del orden estatal.
Ya pasados los años y en la madurez que concede el paso del tiempo, Luis Carlos Galán se convirtió en uno de los más grande alfiles de la política colombiana. Sin embargo, también en la época inmediatamente anterior a su fatídico asesinato, su pensamiento no significaba del todo un sentimiento de conveniencia para el clamor del pueblo colombiano. A pesar de que era de los que creía firmemente que el país debía destinar sus recursos a la lucha contra la pobreza en las regiones, por medio de mayor destinación de recursos a las mismas y a la descentralización del poder, el medio para alcanzar dichos propósitos no fue el mejor.
Para alcanzar el propósito imperioso de otorgar más recursos a las regiones, creyó menester conseguir los recursos por los medios que fueran necesarios. Por ello, apeló a un capitalismo de Estado que lograra combatir la miseria mediante la inversión social, pero bajo la noción de obtener los recursos del capital extranjero y no necesariamente en protección de lo público. De allí que la apertura económica del gobierno Gaviria tuviera andamiaje ideológico, aunque sí debe destacarse, que la entrada del neoliberalismo puro y duro promulgado por esa administración, perdía muchas de las consideraciones positivas del galanismo en materia económica.
La vida y obra de Luis Carlos Galán no se pueden resumir en estas cortas líneas, que sólo permiten entrever algunos elementos en materia educativa y económica, empero, el lector sí debe saber un poco de la otra cara de la moneda, ora para su contraste y posterior toma de posturas, ya por un simple sentido de pedagogía y aprendizaje.
Más allá de la consigna azuzadora y delirante “Ni un paso atrás, siempre adelante, y lo que fuera menester sea “y de la apoteósica empresa contra el flagelo del narcotráfico, que otorgan a Luis Carlos Galán un muy especial aparte en la historia colombiana. Lo cierto es que los mártires no sólo lo son por sus proezas, sino también por la mistificación de la verdad y el desarrollo de las leyendas, que hacen, que aún siendo héroes, les caiga el peso de la próvida humanidad. En esta frágil sociedad, tan urgida de referentes que le ayuden a combatir los designios que ella misma se forja, no está demás denunciar que aquello que se tilda de impoluto, pasa en ocasiones y aun sin que se quiera, por la ignominia.
Fuentes:
Diario El Tiempo, viernes 25 de Febrero de 1972.
Diario El Tiempo, martes 29 de Febrero de 1972.
Diario El Tiempo, jueves 2 de marzo de 1972.
Diario El Tiempo, viernes 3 de marzo de 1972.
Diario El Espectador, miércoles 23 de febrero de 1972.
Diario El Espectador, jueves 13 de Abril de 1972 Peñuela, D y Rodríguez V (2008). La cuestión docente. Colombia: Los estatutos docentes. 1a ed. - Buenos Aires: Fund. Laboratorio de Políticas Públicas, Foro Latinoamericano de Políticas Educativas, Cap. 3 y pp. 173-178.
Decreto 223 de 1972, Diario oficial. Bogotá, No. 33542, marzo 13 de 1972. Páginas 773-775.
Galán: el pensamiento de Galán en el congreso, Tomo II. (1995). Fundación Luis Carlos Galán e Instituto para el desarrollo de la democracia, pp. 136148 y 251-255.
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