Épica, tragedia y fútbol un comentario en Off side
A Valeriano Vargas, mi abuelo.
Comienzo contando una anécdota cuya relevancia habita en las profundidades de mi propia infancia. Desde mi nacimiento había consagrado mi vida a esperar dos cosas. Solo mencionaré una, la que nos incumbe: que Millonarios fuera campeón otra vez después del 88. Tal parecía que desde mi nacimiento, para mi generación y para mí, había un abismo entre nuestro cariño por esa camiseta y los títulos que el equipo había ganado para nosotros. Esa afición casi era prestada, infundida por las generaciones que habían visto la gloria de cerca, esa, que para nosotros, a penas era un rumor. A mí por ejemplo, ese afecto inconmensurable me lo infundió mi padre. El día en que Millonarios ganó la estrella 14, en medio de la explosión de dicha en el Nemecio Camacho, recibí el abrazo más auténtico de parte de ese hombre que apenas si es capaz de expresar sus sentimientos. He elegido por relato el fútbol en su expresión más humana y más divina: el mundial; y por correlato elegí la literatura. Las dos son para mí lo que el otoño a los árboles: imprescindibles.
En alguna ocasión discutí con mi gran maestro 1, que es como un padre para mí, sobre la relación entre la Grecia antigua y el fútbol moderno. Los dos estamos de acuerdo en que a los griegos los emocionaba la tragedia y la epopeya, como a nosotros, hoy en día, el fútbol. En esto, él sostenía que el fútbol se parece a la tragedia griega por lo que despierta en el público la puesta en escena; yo sostenía que se parecía más a la epopeya, porque cada futbolista tenía su epíteto y se jugaba en la cancha lo que el héroe griego en las batallas: la fama, la gloria y, con ellas, la inmortalidad. Ahora, un par de años después de esta discusión, he llegado a considerar que del fútbol, desde el punto de vista del receptor, se pueden predicar las dos cosas: el fútbol es épico; el fútbol es trágico; el fútbol, amigos, es bello.
El fútbol y la epopeya.
Un epíteto en la epopeya cumple la función de resaltar las cualidades de una persona, objeto o fenómeno, que le son propias a su ser: sin estas cualidades no podríamos imaginarnos al anfitrión. Así, por ejemplo, el calor en el sol, el frío en la nieve, la dureza en la piedra. Aquiles, en la Iliada, es el héroe de los pies ligeros; Hèctor, el domador de caballos; Ulises es el ingenioso; Agamenón el rey de reyes, etc. Los griegos no podían imaginarse a sus héroes sino a través de estas características esenciales. Nosotros podríamos imaginar a Messi sin esa expresión solitaria, pero no sin su epíteto de ‘la pulga’, donde se sintetiza esa cualidad suya de quitarse fácilmente de encima un rival y otro, Messi, el de los pies ligeros; Cristiano (CR7), nació para cuidar los muros de la casa blanca, es el domador de balones. Cristiano es la cara opuesta de la moneda, la figura de Héctor en oposición a la de Aquiles. El ingenio de Ulises es comparable al de Iniesta con la pelota; Radamel es el tigre, feroz como uno de los Ayax; Lucho Suarez, el pistolero… creo que podría seguir todo el día.
La mayoría de estos jugadores, que son para nosotros los héroes, en el pasado mundial de fútbol, con todo y sus cualidades, se jugaron para nosotros, como los Aqueos para los griegos y los Troyanos, para los futuros ciudadanos de Roma, la gloria y la fama. Así es como nosotros los vemos por fuera de las canchas, así es como nos emocionamos, así es como cantamos los mortales los destinos de los nombres inmortales: a través de sus cualidades. En nuestras discusiones de buseta, de cafetería o de oficina, habitamos un ambiente de lo épico cuando le narramos a un amigo el golpe en el palo, o la intervención del arquero en una jugada decisiva, el descuido del héroe, cuando le roban el balón, y la hazaña de sacarse tres jugadores, dejarlos atrás, y sembrar la pelota en la red para siempre, cuando solo faltan tres minutos todavía para el final. Todo, en virtud de nuestras afinidades. Llenar el álbum es el síntoma de esto. A veces, mis amigos, parece que solo existimos para hablar de fútbol.
El fútbol y la tragedia.
Para los griegos la tragedia, heredera de los ritos dionisiacos, es una continuación del mito (de la épica) en la carne viva de la representación. En la tragedia, el mito se funde con la acción. Nosotros, que ya tenemos toda una mitología alrededor de la figura de nuestros deportistas, acudimos a los estadios para ver su puesta en escena y contemplar cómo se juegan lo que ellos mismos son como equipo: once contra once, defendiendo una bandera, un escudo y la propia individualidad. Imposible no pensar en el partido Argentina-Inglaterra en el 86. O más atrás: aquel partido en Maracaná en el 50. O más recientemente: cada final de la Champions. Quien haya asistido a alguno de los dos primeros podrá decir: yo vi en el rostro de Diego y de Alcides todas las emociones de las que son capaces los hombres, como los griegos las hayan visto una vez en el voz de un Edipo o de una Antígona. Mi abuelo, el hombre más importante del mundo, los vio a los dos antes de morir, alcanzó a contar su vida el mundial del 98 y luego entregó su alma en aquel fatídico azar, que se transformó en su destino.
Y es que a todos los seres humanos nos define la figura del azar y la figura del destino. ¿Quién no ha tenido la sensación de que de pronto un acontecimiento azaroso determina toda su existencia? Como encontrar a la amada, un día cualquiera, en un lugar insignificante, después de haber tenido un mal día; o después de un día agradable, encontrar la muerte en un accidente insospechado. Edipo halla su destino huyendo de él: por azar. En el fútbol, una falta fortuita cerca del área – el azar – puede determinar el destino de un partido, como cuando los palos dicen que no en todo el ángulo, o cuando en los goles por banderita o picabarra, dicen sí. Cuando salimos del estadio, queda, para bien y para mal, el fuerte e imperecedero efecto de que el partido tuvo que ser así y no de otra forma, como el destino griego, esa Moira2 que nadie nos puede quitar, aunque queramos. De tal manera, que en una serie de pensamientos, queda la idea radical de que nuestra vida, como aquel partido, ya estaba escrita desde antes.
Los ejemplos de Edipo y Antigona, no son casuales. Sucede que mi consideración apunta a que un partido de fútbol de las dimensiones que acabo de mencionar, solo hubiera podido ser imaginado por Sófocles, para quien la esencia de la tragedia consistía en mostrar una inversión, ya de la buena fortuna a la mala, ya de la mala fortuna a la buena. ¿No es esto la final de un mundial? ¿No era buena la fortuna de Edipo hasta su autodescubrimiento? ¿No llevamos una vida insignificante hasta que ganamos o perdemos? Estuvimos a la expectativa de los protagonistas que llegarían al Maracaná, 64 años después, con toda su dignidad y su deseo de laurearse para siempre y no ser olvidados jamás: porque todos olvidan al que casi gana, nunca al ganador. Para el ganador, como para el héroe, está el nombre inmortal y por eso lo envidian los dioses. Recordemos: los dioses envidian a los mortales, porque ellos, a causa de su mortalidad, pueden dotar su vida de sentido, a diferencia de ellos, pobres inmortales. Así es como pasamos nuestra vida esperando – cada cuatro años, lo que equivale a una Olimpiada – la final de un mundial. A veces, mis amigos, parece que solo existimos para ir a ver un partido: ese, el decisivo.
1. El profesor Franco Alirio Vergara, docente del departamento de filosofía de la PUJ.
2. Otra forma de decir “destino”. Moira, significaba en la Grecia arcaica, aquel pedazo de tierra que tenían los hombres y nadie les podía arrebatar.
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