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Una reivindicación estancada.

Tal parece que la reivindicación de género ha sido un tema concurrente en los últimos tiempos en nuestra sociedad colombiana. Ahora, incluso algunas de las <<aclamadas>> estrellas de Hollywood abanderan este proceso, a propósito del discurso de Emma Watson en la ONU. Sin embargo, pareciera que aquellas dirigentes actuales desconocieran los fundamentos de lucha que impulsaron a las activistas del pasado. Los nuevos defensores del debate de género –específicamente, frente al rol de la mujer– se centran en aspectos que, a mi parecer, aunque poseen relevancia, no deben constituir el centro del mismo.


Hoy en día, la reivindicación se ha encasillado en una batalla en el ámbito lingüístico y simbólico, al no permitir el uso de lenguaje patriarcal y machista, puesto que constituye un claro exponente de discriminación hacía la mujer, y así mismo, en propender por evitar la presencia de objetos que representen un menoscabo a la dignidad de la mujer.


En este momento, predomina la búsqueda en el empleo de un vocablo diferenciador, que haga la distinción entre las mujeres y hombres, y elimine cualquier concepto universal que tenga inserto un grado de segregación y desigualdad. A pesar de la importancia frente a la utilización del género gramatical, para evitar y eludir el uso del género neutro que tanto disgusta a las nuevas feministas, considero que el campo de lucha, si se me permite dicha categoría, se encuentra en lo que tanto trabajaron y construyeron grandes activistas como lo fueron María Cano y Gabriela Mistral.


Gabriela Mistral, además de ser la primera latinoamericana en obtener un Premio Nobel de Literatura por su maravillosa obra poética, escribió varios textos políticos que reflejaban su preocupación por una clase obrera y campesina que permanecía bajo el yugo de una clase burguesa cada vez más consolidada. Por su parte, María Cano, considerada la Flor del trabajo, luchó incansablemente por los derechos de los trabajadores, al ser una activista política de gran presencia en distintos lugares rurales y urbanos de nuestro país. Así pues, no pretendo exponerles toda la vida de aquellas grandes mujeres sino que por el contrario propendo demostrar grosso modo que la lucha de estas activistas se concentró en la reivindicación de los derechos de las clases y de los sujetos que se encontraban en una evidente injusticia social.


Es por ello que su trascendencia permeo todos los espacios de la vida pública y política, puesto que aún ostentando el carácter de mujer, sobrepasaron sus propias limitaciones y umbrales para defender aquellos sujetos que ni siquiera reconocían la dominación que sobre ellos mismos se ejercía. El papel y rol de la mujer en la sociedad no va a cambiar por que se dejen de emplear categorías universales que construyen los propios hombres al referirse a sí mismos pero que procuran una supuesta integración sexista y biológica, sino que debe buscar una transformación social y cultural mucho más profunda y consecuente con sus fines. La disputa debe centrarse en hacer de la batalla lingüística tan sólo una parte de la lucha y no su pilar esencial y elemental.


Una verdadera reivindicación del género femenino encuentra trascendental una reivindicación de las distintas clases sociales, como así lo realizaron las dirigentes antes mencionadas, sin individualizar su pretensión en un carácter netamente de género. Ahora, no busco eliminar cualquier tipo de movimiento feminista o de desarrollo académico del mismo, sino que por el contrario invito a todas las mujeres y a todos los hombres, que reconocen la necesidad de una reivindicación femenina, a constituir una lucha estructural, que no se estanque en una batalla meramente formal de significantes y significados, en aras de una lucha de género.


Aunque muchos podrán reclamar que la disputa se encuentra en generar nuevos significados, debo cuestionar si es que estos nuevos contenidos de los significantes, realmente son una construcción social donde los únicos participes no sean sólo mujeres. Por ello, en primera medida ha de buscarse una reivindicación real y material, que modifique el rol de la mujer, un rol que se va a constatar en la medida de que se superen luchas personales y egoístas, para posteriormente referirse a luchas que denoten un verdadero cambio sistémico y social. Y se requiere un cambio sistémico porque de lo que no se percatan muchas feministas es de que unas supuestas ganancias como lo es una ley que obligue al gobierno a que un porcentaje determinado de sus funcionarios públicos deben ser mujeres, lo único que generan es una reproducción del sistema patriarcal y machista, ya que desvincula la posibilidad de que las mujeres acceden a dichos cargos por sus propios meritos y no por una obligación que neutraliza la voluntad de la mujer.


En otras palabras, para lograr un verdadero cambio en la concepción del rol de la mujer en la sociedad, ha de concebirse la necesidad de un cambio del sistema hegemónico actual, debido a que muchos de los <<avances>> que se generan dentro del mismo –como la ley anteriormente aludida– son apropiaciones que éste realiza para lograr su conservación, por medio de una supuesta inclusión formal. Es por ello que una lucha social y amplia, como la realizada por Gabriela Mistral y María Cano, es fundamental, en la medida de que ellas comprendieron que la lucha no se encontraba en esferas separadas sino que eran concurrentes, simultáneas e incluso complementarias. Lo anterior se presenta en cuanto que si se entabla una lucha por las clases sociales dominadas, de igual forma se está generando una disputa en términos de género, al buscar reivindicar a la mujer como una trabajadora o como una campesina, al igual que como una dirigente que propende y abandera un cambio estructural.


En consecuencia, la mujer y el rol que desempeña no se medirán en cuántas leyes u obras jurídicas reconocen un género gramatical en su estructura literaria, sino que éstas serán participes activas de la creación de un ordenamiento incluyente e igualitario.



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