Cine colombiano
En Colombia es costumbre hablar de guerra. Y se vuelve natural, luego de más de 50 años, verla sobreexplotada en las noticias, instrumentalizada en los discursos políticos y monopolizada como recurso explotable por excelencia en la televisión, sin embargo nos escandalizamos cuando un cine social y responsable la recrea, la retrata y nos la muestra.
Preferimos realizar y exhibir retratos banales, retratos “inofensivos” que no lastimen la conciencia porque ¿quién va al cine a ser ofendido? Y escogemos el cine al mejor estilo genérico hollywoodense con secuelas que sólo paran de ordeñar cuando la vaca está deshidratada. Elegimos olvidar el otro cine, el cine que nos miente para contarnos la verdad, el que es tan nuestro que se siente extraño, el que se prueba valiente cuando la vergüenza lo niega. En el mejor de los casos lo recluimos a festivales en ciudades que ni podemos pronunciar para que solamente lo miren los ojos extranjeros inmunes a la culpa. Y en casos peores, lo censuramos de las salas tradicionales y monopólicas del país, intentando al mismo tiempo censurarlo de la conciencia colectiva. Sin embargo, los tiempos cambian y el cine, tanto en un panorama global como nacional, está mutando a pasos agigantados.
En la era de la convergencia, nuevas posibilidades de realización y distribución han empoderado las producciones independientes al permitirles encontrar su público sin pasar por la cadena de producción institucional. Aunque estas nuevas formas de producir y consumir lo audiovisual están lejos de ser una utopía democrática participativa, son plataformas que permiten diversificar las perspectivas, multiplicar las opiniones y ponerlas en diálogo. Es gracias a estos nuevos sitios de encuentro que propuestas censuradas en la institución pueden visibilizarse, como ocurre con el proyecto del Centro Nacional de Memoria Histórica No hubo tiempo para la tristeza (2013)
Estas dinámicas globales se suman al escenario nacional. Desde el 2003, la Ley de Cine ha incrementado y fortalecido la producción nacional. Pasamos de 8 pelí- culas en el 2005 a 28 en el 2014 y se esperan 64 para el 2015. Además de la producción, los contenidos se han venido diversificando a medida que nos despegamos de antiguos paradigmas del cine colombiano y empezamos a construir nuevos en coherencia con nuestro tiempo. Sin embargo, este tanteo de temáticas en relación con las cifras de asistencia a películas nacionales, refleja la dificultad del cine colombiano para encontrar a su público, pues producción no quiere decir consumo. Y si bien esta desconexión no siempre obedece al contenido de la película, pues los métodos de distribución favorecen el modelo hollywoodense, es un reflejo de la necesidad del cine colombiano de encontrar a los colombianos, para que nosotros nos podamos encontrar en nuestro cine.
Y es ahí cuando un festival de una ciudad que sí podemos pronunciar, nos recuerda el gran poder que el cine tiene para reconstruir Cine colombiano el consciente de una sociedad. Allí es donde nuevos talentos pueden cumplir con su deber de mostrarnos a través del cine, de conocernos como sociedad, de contribuir para la construcción de una nueva Colombia en postconflicto. Aplaudo esta edición del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias por visibilizar nuestro cine, por su nueva propuesta de cine itinerante, por sus espacios de fomento y debate de un cine colombiano en contexto conectado con su público y por proponer e impulsar un cine latinoamericano resistente, unido e independiente, que compita en contenido contra el cine estadounidense que compite en mercadeo. Vale la pena recalcar igual el esfuerzo de Señal Colombia y de Canal Capital por cambiar el paradigma de la televisión en Colombia.
La industria cinematográfica de Colombia seguirá ganando solidez y crecimiento y las dinámicas globales ganarán importancia dentro de la nueva concepción cinematográfica. Es por eso que me quiero dirigir a las nuevas ciudadanías, a los nuevos actores de esta nueva era del cine colombiano. El tiempo de cambio está presente, las condiciones están dadas, pero nada pasará si nada se hace. Es tiempo de conocer nuestro tiempo, de apropiárnoslo y de retratarlo. Es necesario que reconstruyamos nuestro tejido cultural, maltratado después de 50 años de guerras que han dejado barreras invisibles en las consciencias de los colombianos. Es necesario fortalecerlo, alimentándolo de nuestra propia forma de contar historias, de nuestra propia historia, para que podamos reencontrar nuestra identidad, para que podamos llamarnos de nuevo y con la frente en alto colombianos, latinos y humanos.
Comments