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Bernardo Jaramillo Ossa

“Mi amor, no siento las piernas. Estos hijueputas me mataron, me voy a morir. Abrázame y protégeme”, dijo Bernardo a Mariela, mientras agonizaba en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, y solo instantes después de haber sido baleado por un joven sicario que le arrebató la vida a un hombre el 22 de marzo del ya lejano 1990, y a un pueblo entero por el resto de su existencia. Era el candidato presidencial de la Unión Patriótica, y se jugaba el destino del país en 11 días. Al final, perdió el juego, y lo pagó.


En vida, abrió un campo de posibilidades, hasta el momento desconocidas, para la discusión del modelo de país y del desarrollo de la sociedad. Entendió que las soluciones a los conflictos históricos de la sociedad colombiana estaban insertas en el diálogo y la discusión democrática, y no en la lucha armada y la defensa de los intereses desde la violencia. Esto le trajo el sobrenombre de “El Perestroiko”, y de paso, el rechazo del comunismo dogmático.


Socialdemócrata le gritaron unos; traidor, le escribieron otros. Pero la historia le dio la razón: la defensa de la democracia es posible solo desde la democracia misma, y el uso de las armas no hacía sino contradecir esa realidad. Y en eso mostró toda su solidaridad, pero sobre todo, toda su coherencia. Supo entender que la violencia podía llegar a quienes abogaban por ella desde la comodidad de los despachos y, que en las situaciones en las que vivía, la defensa de la paz le iba a costar su propia existencia. Así, Jaime Caycedo, camarada del Partido, escribió: “Los responsables de la muerte de Bernardo Jaramillo han querido apropiarse de su memoria. Quieren mostrarlo como comparable al modelo de los renegados y conversos de ahora que se ufanan del innoble servilismo que compra y vende consciencias.


Bernardo murió en sus principios y en su praxis defendiendo una política de paz, de cambio democrático, de transformación profunda, en lucha hasta el final”. Bernardo murió, pero hoy retomamos su bandera. Esa que, izada en la valentía de los hombres y mujeres de Colombia que buscamos la paz, se convirtió en nuestro camino; en el camino de todos. Volver a sus cauces, como dice León Valencia, “Sería una protesta silenciosa contra los hijueputas que denunció Bernardo en el instante en que la muerte se lo llevó del lado de Mariela, de sus hijos y del país”. De este modo, nos sumamos a la idea más bella de Bernardo, la que demuestra toda su consecuencia, pero también la que selló su destino y trajo consigo la tragedia: “por la vida, hasta la vida misma”.


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