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El tren del Derecho y la Segunda Lengua

Pareciera que ayer tomáramos este tren al que llamamos “estudiar derecho”; veíamos lejos el quinto semestre y más lejos aún el final de la carrera. Me da la impresión que el tren aceleró, y muchos perdimos de perspectiva un requisito que nos apresuraba a la hora de cruzar una frontera invisible entre el quinto y el sexto semestre.


La segunda lengua, el pasaporte para continuar el viaje, se nos volvió una traba a los que llegamos hasta acá, y que preferimos invertir nuestro trayecto aprendiendo de otras cosas, profundizando en el derecho, la filosofía, los deportes o las artes; en todo menos en una segunda lengua. Entonces, cuando llegamos a esa primera parada a unos (un poco más atentos), pero también sin ese pasaporte, se les permite seguir en su viaje, mientras que a los más “despistados” nos detienen allí y nos bajan en la estación.


Los otros más atentos, siguen el viaje porque su desempeño en el examen que realiza la universidad en nivelación de inglés, los ubica en un punto de la lengua que les permita concluir con el prerrequisito en un año (un año y medio máximo).


Esa ha sido la pesadilla que he vivido en lo que considero una traba burocrática y que me impide continuar el curso de una carrera que disfruto estudiar. Durante este semestre he sentido como en referencia a esta dificultad se nos dio la espalda a muchos, y en vez de generar un programa para garantizar la continuación de nuestros estudios condicionado a continuar el aprendizaje de esa segunda lengua, simplemente se nos ha dejado a la deriva y a nuestra suerte.


Esa familia javeriana, de la que tanto nos jactamos los estudiantes de Derecho simplemente prefirió hacer caso omiso a nuestro problema y aquí estamos; unos en mejor posición que otros. De este grupo que nos quedamos relegados en el tiempo y en el curso de nuestra academia (en el que no somos pocos), muchos tuvieron que salir e intentar superar el requisito aprendiendo la segunda lengua en el exterior y otros como yo, simplemente estamos haciendo el intento de cumplir con el requisito, desde los créditos con los que cuento con la media matricula o incluso haciendo un doble programa que me permita terminar Italiano para continuar derecho.


Aun así, ha sido una experiencia triste y decepcionante con la administración de la facultad de la que esperábamos gestos de solidaridad y compañía. Pero no, la realidad nos indica que en la materia, las autoridades que dirigen la facultad, y en últimas, la universidad sólo persiguen unos “estándares” en los sujetos que mueven económicamente su pequeña empresa con mucho poder, donde saber una segunda lengua (preferiblemente inglés) supone algo que es obvio y entendible: tenemos el deber de globalizarnos según los mismos “estándares” que ellos han decidido asumir para sí mismos (una productora de ministros sintonizados preferiblemente con el conocimiento de una superpotencia con la que creemos competir).


Y después de todo eso aquí estamos, aquí seguimos detenidos en el tiempo, mirando como siguen andando otros trenes que llegarán más rápido que nosotros a la estación final. No cabe una crítica, ni tampoco un “chisme de pasillo”, simplemente una reflexión susurrada: “seguimos esperando una mano, seguimos esperando un gesto solidario y una ayuda necesaria”, una gestión menos burocrática y que nos tenga más en cuenta a los que nos tuvimos que bajar de este rápido tren.


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