Un pasado quejumbroso, un presente similar
Hace más de una década que unas huestes de mercenarios guiados por Giovanni Velázquez Zambrano, alias “Brian”, llegaron a Ocaña, Norte de Santander . Eran las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que tenían por misión erradicar la presencia guerrillera y consolidar su hegemonía en la región, amén de ganar el terreno para ulteriores salidas del tráfico de estupefacientes. Sin embargo, a su paso hacia el interior del departamento, generaron un tormento y un sufrimiento de tan inmenso calado, que aún hoy las memorias no se hastían de olvidar y los llantos no dejan de cesar.
No se debe negar que la región, desde hace demasía de años, tenía inmensos problemas económicos y sociales, producto del insoslayable abandono estatal, que ante las necesidades latentes de la comunidad, prefirió primero iniciar una guerra sin cuartel para combatir a los irregulares, dejando en el olvido el sino y los menesteres del pueblo. Tampoco se puede negar, que antes de la llegada de las Autodefensas, las guerrillas dominaban la región y mantenían bajo un puño de hierro a sus habitantes, ora con el impuesto al gramaje, ya con la guerra sicológica de acostumbrado talante.
Todo lo anterior, deja en palmaria evidencia que el pueblo del Catatumbo, ha tenido que vivir los infortunios que ha tenido que vivir Colombia entera desde hace más de cincuenta años. Esta región es un acervo donde han confluido las diversas tendencias ideológicas guerreristas, que han hecho de la población un blanco directo y que no han vacilado en ocupar sus tierras con una ignominia nunca antes conocida. Como si fuera poco, la miseria, la desesperanza, la ignorancia y la truculencia han hecho habitáculo en los corazones y mentes de las personas que rondan la región, provocando el peor de los males para los pueblos: el miedo.
Ante la morbosa e inidónea situación, la gente del Catatumbo tuvo que recurrir a las vías de hecho por lo que por derecho propio les pertenece. Sí, aunque se formule una antinomia, en este país hay que exigir derecho por los medios que éste mismo no contempla o si contempla, luego estigmatiza. No arguyo que el uso de la fuerza sea el método a seguir ante la ausencia del cumplimiento de la ley, pero ante la hipocresía de la misma por su excesiva burocracia y su alto contenido político, las alter-nativas comienzan a escasear.
Los campesinos de la región mantienen una férrea postura en temas de diversa índole. Primero, que se subsane la crisis social que lleva décadas en la región, revindicando sus derechos humanos. Segundo, que se cree un verdadero equilibrio entre campesinos y empresarios, dado que la locomotora minera ha subyugado a la población y pone en riesgo el medio ambiente. Por otro lado, los pobladores exigen se busquen alternativas a los cultivos ilícitos, que han reinado en la región como medio de subsistencia, logrando así reorientar la vocación agrícola.
Por último, los campesinos del Catatumbo exigen que se les cumpla con la promesa hecha por el gobierno anterior. En el 2009, el entonces gobierno Uribe, prometió que si los campesinos cumplían con la normatividad vigente sobre las zonas de reserva campesina (Ley 160 de 1994 y sus decretos reglamentarios), se podría llegar a consolidar a la región como una reserva.
Desde aquella oportunidad, los campesinos han sido asesorados en materia jurídica para poder cumplir con las exigencias de la ley, hasta llegar a su cabal cumplimiento. Sin embargo, el gobierno del presidente Santos no ha querido declarar la reserva, porque sostiene que ese tema es discutido en los diálogos de la Habana y mientras ello sea así, no la proclamará como tal para los campesinos. La razón directa que adjudica el gobierno, palabras más palabras menos, es que no se pueden permitir darles la razón a las FARC, mientras no se llegue al apotegma “Nada está acordado, hasta que todo esté acordado”.
Mientras lo anterior acontece, el pueblo del Catatumbo tuvo que salir por cincuenta y tres días a exigir que se les satisfaga con lo pactado y que se cumpla la ley que a ellos mismos les han hecho respetar. Durante esos problemáticos días, la población tuvo que bloquear las vías de acceso para poder ser escuchados y que el gobierno concertara mesas de diálo-go. La población fue azuzada por el ESMAD y obligada a responder con contundencia, lo cual como es ostensible, es un hecho de profundo lamentar porque ambos son pertenecientes al mismo grupo social.
Durante los enfrentamientos fueron heridos miembros de ambos mandos, pero lo más grave fue la pérdida de cuatro vidas humanas, que condujo a un agravamiento de la situación y que ésta misma se prolongará con más sevicia y resquemor. Empero, solo hasta el 2 de agosto pasado se pudieron calmar los humos y las partes concertaron el diálogo para superar las diferencias, pidiendo como requisito mínimo el desbloqueo de las vías.
Por contera, solo nos resta por decir que mantenemos la esperanza en que los campesinos sean escuchados sin vacilación alguna y que se les cumpla con lo prometido. Este pueblo ha tenido que vivir en carne propia todo tipo de males, es buena hora que se les respete y sobretodo se les apoye.