Razón y adicción contemporánea
¿Sí la razón hace parte de la esencia de la sociedad jurídica contemporánea, podrían los estados de exaltación tener un papel heroico?
El estado de exaltación dentro de los discursos del gremio de los abogados tiene muy poco crédito, debido a causas como el afán positivista, la pretensión de ciencia, el juego lingüístico, las relaciones jerárquicas, las dinámicas estéticas y demás razones que se explican en la medida en que les resulta necesario un proceso de argumentación, donde se desencamina cualquier bello riesgo de entusiasmo, llegando así a las intuiciones puras de la razón. No habría enton-ces, ofensa más grande para el jurista que se considerara procedente toda sujeción exterior al entendimiento, es decir, una desviación a la forma procesal de sobriedad de nuestra profesión. Esto presupone que cualquier estado extasiado no es en definitiva la situación del iluminado, y menos corres-ponde a la apariencia desembriada del jurista.
Muchas veces las opiniones académicas disfrutan contribuyendo al triunfo del espíritu de la desabrigues del oficio, donde la razón es la madre de la elocuencia y la exaltación una perturbación del escritor, la produc
ción de textos “In vino veritas” como una forma alternativa de creación es sin duda un método profano de argumen-tación pues aunque su traduc-ción sea “en el vino está la verdad” la esfera de lo jurídico jamás aceptaría como cierto el resultado que arroje dicho método.
El estado de exaltación puede producirse a través de la experiencia psicotrópica de las drogas, de manera natural o partir de la ebriedad. Cabe resaltar que no me refiero a las drogas químico farmacéuticas que ayudan al que padece una enfermedad, o a las drogas desde la pers-pectiva política, jurídica y cultural moderna; por ello es esencial hacer una ruptura entre drogas y adicción para no caer en prejuicios. Me remito entonces a la experiencia de exaltación que producían sustancias utiliza-das en el mundo antiguo como el xango brasileño, el candomble y el yagé; que permitían acceder a una experiencia espiritual cuyo carácter teológico buscaba la cura de una enfermedad o una conexión mental, y donde su uso representaba una muy poca posibilidad de adicción. Bajo la tendencia global del proceso de civilización, estos estados de exaltación fueron reprimiéndose en diferentes aspectos, inclusive –creo yo– con más fuerza desde el campo jurídico. El ser racional entonces se ha destinado a ser carga-dor, por su propia decisión consciente, al aceptar la atadura del mundo, al doble-garse a fuerzas que éste cree no cambiaran y a soportar el peso de hacer llevadera la vida dura de forma totalmen-te voluntaria, sacrificando también sus estados de exaltación para no manchar el proyecto de la modernidad. Es allí donde llegamos a un término moderno de lo que a mi parecer son los estados de exaltación propios de cuentos fantásticos, que surgen dentro del mismo proceso civilizador, catalizados por una drogadicción del ser racional. La adición actual de la cual es víctima la sociedad con-temporánea, y que por analo-gía se asemeja al complejo drama de aquellas personas que se ven envueltas en la necesidad constante de acudir a drogas, es la enfer-miza búsqueda de las drogas del mundo globalizado, que se manifiestan en la adicción al dinero y al éxito materialmente no esencial y no trascendental; drogas que corrompen las almas con alucinaciones de riqueza, impresiones superficiales, apariencias ambiciosas, uso del otro como objeto, estándares estéticos y en conclusión una vida vacía. Quien no contempla drogarse de éxito y dinero, tiene que olvidar sus problemas recurriendo a las drogas químicas, las cuales socialmente no son aceptadas. Dicha drogadicción surge como consecuencia de una exclusión, donde un pro-blema individual conlleva buscar una solución indivi-dual. Entonces, ¿sí el ser en el uso de su razón está sometido a una adición sin sentido y altamente perjudicial, deberá propender abogar por los estados de exaltación como única medida para salvar su razón? Sin la adicción en su cuerpo el ser podrá exaltarse, ser en realidad quien es, entrar en una verdadera relación con el otro –al pensarlo, escucharlo, acompañarlo, reconocerlo y ayudarlo– y así lograr trasgredir de una vida dura y llevadera a un disfrute pleno de su existencia.